viernes, 30 de octubre de 2009

“Los Tosantos en El Villar”

“Los Tosantos”.- Con esta palabra se denominaba en El Villar al “Día de todos los Santos” y aun en el día de hoy así se entiende. Esta festividad es muy antigua, y fue instituida en el siglo VII por el Papa Bonifacio IV. Se celebra con cierto fervor y solemnidad en toda la cristiandad para honrar a nuestros antepasados. Es una fiesta tan popular como solemne. En El Villar se hacía de una manera muy peculiar, cargada de ritos y tintes paganos. Ese día los muchachos cogían una paila con Agua Bendita de la Pila de la Iglesia, y una cesta, visitaban principalmente a los padrinos y la gente más allegada, cuando llamaban a casa de su Madrina o Padrino, decían este ritual:

¡Ángeles somos del Cielo venimos¡,
¡Agua traemos limosna pedimos¡

A LA MADRINA LE CANTABAN ESTA COPLA:

La patrona de esta casa, es una buena mujer,
Pero más buena sería, si nos diera de comer.

Después que la Madrina escuchaba el ritual y la copla, ésta les daba unos frutos secos, nueces, almendras, higos pasados, orejones de melocotón, pan, chorizos etc. Se sabe que desde finales del siglo XIX se comprometió con su palabra Manuel Barrera Rabadán (zapatero de El Villar) a aportar una empella de unto (grasa de cerdo) para que los mozos hiciesen la migas, y la cumplió durante muchos años, luego le siguió su hija Amalia Barrera. Después, a la madrina le dejaban en una taza un poco de Agua Bendita.

Una vez hecho los acopios, preparaban leña, agua y una gran sartén, subían a la Torre y hacían unas migas.- Esta es la bendita comida que siempre hacía posible una buena convivencia; comida Villareja por excelencia en aquellos tiempos. También se aprovisionaban de aguardiente.

La reunión de unos 20 mozos, pasaban toda la noche en la Torre, doblando las campanas en la víspera de los difuntos.

En la Iglesia, unas mujeres viejas enlutadas de pies a cabeza, decían una oración varias veces al día. La oración la repetían tres veces, decía así:

¡Agua bendita Dios consagrada,
limpia mi cuerpo y salva mi alma¡.
¡Con esta agua bendita que yo he tomado,
se me perdonan mis culpas y mis pecados¡.

Ese mismo día dos de Noviembre, en la Iglesia, el Cura decía una Misa a todos los difuntos, y luego acompañaba a un numeroso grupo al Cementerio, todos portando unos faroles encendidos, para echar los responsos. Para que el Cura echase el responso a una tumba tenía el familiar que pagar unos céntimos; ese privilegio no estaba al alcance de todos.

La reunión de la torre, seguía doblando las campanas hasta el anochecer. Al final todos acababan borrachos.

Historia de El Villar
Huelva 2.006, Emilio Gómez Calvo