martes, 16 de enero de 2007

A un hombre llamado José

Días antes de acabar el año, murió una gran persona, José. Con él muere una forma de vida, que ya en nuestro tiempo, prácticamente, no existe. El trabajaba en el campo desde la mañana hasta la noche, sus manos estaban curtidas y encalladas como la tierra, y su corazón limpio como el de un niño. Esa había sido su vida, trabajar y trabajar. Cultivaba sus hortalizas, ordeñaba sus vacas, limpiaba las vaquerizas, engordaba cochinos. Tuvo la gran suerte que sus tierras eran propias, compartidas con su hermano; no tuvo que trabajarle a nadie.

Ya los años habían pasado y estaba jubilado, pero no se resistía a cambiar de vida. Aunque ahora podía disfrutar de horas de ocio que jamás había tenido.

Le echaba cara a su artrosis y pasito a pasito caminaba cada día a su campo para echar la mañana. Según la dureza del trabajo, el hombre se hace fuerte. Jamás he escuchado de su boca una palabra mal dicha ni un gesto desagradable, él no sabía de envidias ni rencores.

Tuvo la gran suerte de morir de pie en lo suyo, sin apenas enterarse de nada. Sus cenizas están dando abono a la tierra que tanto fruto dio y seguirá dando. Se mueren las personas pero el recuerdo y el espíritu permanecen siempre vivo en quienes amaban.
El amor perdura siempre, es insustituible, duele y hace mucho daño; pero también da mucha paz, una paz infinita.

Cerremos los ojos y pensemos en los momentos felices y agradables vividos y sentiremos como vibran toda nuestra alma y nuestro ser. Estas son las palabras que me salen para poder consolar a su familia. Un abrazo fuerte y mucho ánimo para tirar p´alante.

La Eléctrica. (Así era como José me llamaba cuando era niña)
Mª Concepción Ruiz