Vicente era bello y aristócrata, oriundo de una familia consular de Huesca, es un prototipo del ciudadano aragonés. Vienen a Valencia, colonia romana, por la Via Augusta, extendida siguiendo el Mediterráneo, para ser juzgados por Daciano, encargado de ejecutar los Edictos Imperiales. Antes de entrar en la ciudad, los esbirros quisieron pasar la noche en una posada, dejando a Vicente atado a una columna en el patio. Derribada aquella posada, la columna se conserva aún en la parroquia de Santa Mónica, donde es venerada por los fieles. Ya en Valencia se les encerró en prisión oscura y se les dejó sin comer durante varios días. Cuando juzgó que estaban quebrantados, los mandó llamar, y se extrañó que estuvieran alegres, sanos y robustos. Desterró al obispo, y al rebelde que le ultrajaba en público, lo sometió al potro, para que aprendiera a obedecer a los emperadores. Le desnudaron, y las cuerdas y ruedas, rompieron los nervios del mártir; le descoyuntaron sus miembros, y desgarraron sus carnes con uñas y garfios de hierro. Hasta el mismo Daciano se arrojó sobre la víctima, y le azotó cruelmente. El grado supremo de la tortura era el lecho candente. La serenidad de Vicente asombraba a Daciano, quien, hastiado de tanta sangre, mandó devolverlo a la cárcel. Prudencio en su Peristephanon, describe y canta el calabozo oscuro donde, sobre cascos de cerámica y piedras puntiagudas, yace Vicente con los pies hundidos en los cepos. Pero, de pronto, la cárcel se ilumina, el suelo se cubre de flores y el ambiente de perfumes extraños. Se rompen los cepos y las cadenas. Todo es como un retazo de gloria. El prodigio conmueve la ciudad. El cruel torturador, ordena que curen las heridas del mártir valeroso. Y mientras le curan, muere Vicente. Es arrojado al mar en Valencia y según la tradición, rescatado del mar en la playa de Cullera. Y entonces pone en sus labios el Eclesiástico 51,1 la oración de la 1ª lectura: "Me has salvado de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa. Me salvaste de múltiples peligros". El Señor le ha salvado, pero de otra manera... El es "el grano de trigo, que si cae en tierra y muere, da mucho fruto" Juan 12,24. El tirano, despechado, mandó arrojar a un muladar el cadáver de Vicente para que lo devoraran las alimañas. Un cuervo lo defendió de los buitres y de las fieras. Hay un mosaico en la cripta de la actual parroquia de San Vicente Mártir de Valencia, que es el lugar donde fue tirado, que representa al santo diácono muerto, calzado con cáligas romanas, verdaderamente impresionante. Metido en un odre fue arrojado al mar, atado con una rueda de molino, de donde le viene el sobrenombre de San Vicente de la Roda. Las olas lo devolvieron a la playa, donde lo recogió Ionicia, lo enterró y los fieles cristianos comenzaron a venerarlo. Es representado revestido de dalmática sagrada, con la palma del triunfo en la mano y junto al potro y la rueda de su tortura. Es uno de los tres diáconos primeros que confesaron con su sangre la fe: Esteban en Jerusalén, Lorenzo en Roma, Vicente en Valencia.