Es 14 de enero y los cohetes resuenan en el cielo de nuestro pueblo. Otro año más avanzan hacia la ermita de San Vicente los zalameños que acompañarán el caminar del santo en busca de la parroquia. Alegría, charlas distendidas en el caminar colectivo; recuerdos entrelazados en las palabras de hombres y mujeres que recuerdan muchas traídas, de otros que recuerdan pocas y de niños y niñas que en su primer San Vicente, en la mayoría de los casos no lo recordarán, salvo en alguna foto en formato digital, que con el avance de los años verán anticuadas por ese mismo avance que el futuro le depara a las nuevas tecnologías, pero que serán el recuerdo de un día en la vida de ese nuevo o nueva habitante del pueblo.
La campana de la ermita volverá a ofrecer su mensaje de hasta luego, su aviso de la cita anual de los que hasta allí bajamos cada año por estas fechas para un acto tan especial. Y cuando el patrón abandona su ermita, cuando abandona su hogar de puertas permanentemente abiertas durante el resto del año, su mirar no evita despedirse, en un reojo de vista, hacia los que ya no están con nosotros, pero sí con Él en el cielo, ese cielo de zalamea que borda, entre nubes, una torre hecha de gotas de lágrimas por no verlo más por sus calles y que se difumina en la dicha de la compañía eterna que ya les dispensará y que calma la pena de quienes tanto os echan de menos aquí en nuestra tierra zalameña.
El Santo se despide con un hasta pronto y su pueblo lo sigue y mientras también piensa en el reflejo que este año supone su propio mayordomo, ejemplo de tantas y tantas personas a los que la edad o la imposibilidad no les permiten acompañarlo en este día en que el pueblo va hacia Él y se lo trae consigo. San Vicente también sube para todos ellos y los que van junto a Él le dan un rosario de recuerdos de todos ellos, pues aunque todo el año se encomiendan en sus alegrías y penas a su devoción, hoy sin duda es un día especial y distinto al resto.
Mientras tanto nuestra hermosa vigía de piedras y sonidos va guiando los pasos de Zalamea en su avance hacia ella. Resplandece, se enorgullece y se recorta contra el cielo, que entre un celeste cubierto por un fino velo de nubes blanquecinas, espera la llegada de un visitante anual que la mira desde su paso en la subida de la calle la iglesia, que con sus puertas abiertas, simbolizan que cada casa del pueblo es hogar para el santo; aunque hoy quede en la casa más bella de todas, desde la que reinará en sus días grandes.
Hoy la ermita se convierte en parroquia y el amor de la gente te hace un poquito más grande hacia San Vicente. Un año más la parroquia recibe a Zalamea y su bandera se tiñe de los colores de su Santo; San Vicente está en su pueblo y hemos vuelto a escribir otro renglón de la historias de las tradiciones. Es 14 de enero y cuando las puertas de la iglesia se cierran; la traída del patrón ha terminado, aunque sus fiestas no han hecho más que comenzar.
La campana de la ermita volverá a ofrecer su mensaje de hasta luego, su aviso de la cita anual de los que hasta allí bajamos cada año por estas fechas para un acto tan especial. Y cuando el patrón abandona su ermita, cuando abandona su hogar de puertas permanentemente abiertas durante el resto del año, su mirar no evita despedirse, en un reojo de vista, hacia los que ya no están con nosotros, pero sí con Él en el cielo, ese cielo de zalamea que borda, entre nubes, una torre hecha de gotas de lágrimas por no verlo más por sus calles y que se difumina en la dicha de la compañía eterna que ya les dispensará y que calma la pena de quienes tanto os echan de menos aquí en nuestra tierra zalameña.
El Santo se despide con un hasta pronto y su pueblo lo sigue y mientras también piensa en el reflejo que este año supone su propio mayordomo, ejemplo de tantas y tantas personas a los que la edad o la imposibilidad no les permiten acompañarlo en este día en que el pueblo va hacia Él y se lo trae consigo. San Vicente también sube para todos ellos y los que van junto a Él le dan un rosario de recuerdos de todos ellos, pues aunque todo el año se encomiendan en sus alegrías y penas a su devoción, hoy sin duda es un día especial y distinto al resto.
Mientras tanto nuestra hermosa vigía de piedras y sonidos va guiando los pasos de Zalamea en su avance hacia ella. Resplandece, se enorgullece y se recorta contra el cielo, que entre un celeste cubierto por un fino velo de nubes blanquecinas, espera la llegada de un visitante anual que la mira desde su paso en la subida de la calle la iglesia, que con sus puertas abiertas, simbolizan que cada casa del pueblo es hogar para el santo; aunque hoy quede en la casa más bella de todas, desde la que reinará en sus días grandes.
Hoy la ermita se convierte en parroquia y el amor de la gente te hace un poquito más grande hacia San Vicente. Un año más la parroquia recibe a Zalamea y su bandera se tiñe de los colores de su Santo; San Vicente está en su pueblo y hemos vuelto a escribir otro renglón de la historias de las tradiciones. Es 14 de enero y cuando las puertas de la iglesia se cierran; la traída del patrón ha terminado, aunque sus fiestas no han hecho más que comenzar.