Vicente fue un diácono español nacido en Zaragoza, Aragón, fue martirizado en el ámbito de Valencia sobre el 304, durante la persecución de Diocleciano. Su pasión fue popularizada por San Agustín (354- 430) y por el poeta Prudencio en su Corona de los Mártires. Su culto se extendió por todo el imperio desde la época de San Agustín. El origen de su martirio arranca cuando después de haber asumido intensamente la defensa de su obispo Valerio, el proconsul Daciano lo manda castigar.
Así comenzará su calvario y martirio, siendo arrojado por Dacíano a prisión donde primero será desgarrado por ganchos de hierro en un potro de tormento siendo, al mismo tiempo flagelado sobre una cruz de San Andrés, a continuación será lanzado sobre una parrilla incandescente sobre la que los verdugos rocían puñados de sal para provocar mucho más dolor sobre las heridas. Finalmente su cuerpo será arrojado devuelta a la cárcel sobre un lecho de escombros de arcilla o sobre trozos de vidrio.
El cadáver de San Vicente después de haber sufrido tan tormentoso martirio será privado de los honores de una sepultura digna y por ello es depositado en un lugar agreste para que sus restos fueran devorados a manos de las bestias cañoneras, pero Dios no abandona a los suyos y manda a un gran cuervo negro para que se pose cerca de Vicente defendiendo su cuerpo de cualquier ataque, este cuervo espantará a un lobo que se acerca a devorarlo. Esta escena constituye otro fracaso de Daciano que recurrirá al último procedimiento para desembarazarse del molesto cadáver de Vicente. Daciano ordenará que se lleven su cuerpo metido en un saco de crin, a bordo de un barco y que arrojen el contenido del saco al fondo del mar, con una muela de molino atada al cuello de Vicente. Pero el cuerpo permaneció sobre la superficie del agua como si la piedra de molino se hubiese convertido en una boya. Además, un nuevo milagro se producirá ya que, Vicente será conducido milagrosamente hacia la orilla, donde a cargo de manos piadosas cristianas le darán una sepultura digna.
Sobre este último relato existen versiones contradictorias. Según algunas de ellas los restos del santo habrían sido cogidos clandestinamente por un moje de la abadía de Conques que finalmente los habría llevado a Castres. Debemos saber que el origen de todos estos detalles horripilantes es fácil de determinar, la parrilla pudiera ser una copia del arsenal empleado para el martirio de San Lorenzo, en cuanto la muela de molino que se niega a hundirse y la protección de los restos de un mártir a manos de pájaros constituye temas corrientes de la hagiografía popular, donde podemos encontrar otros ejemplos en las leyendas referidas a los santos: A. de Pamiers, F. de Lors y Estanislao de Cracovia. Otro dato de interés es que el procónsul que dio lugar a todo este proceso doloroso Daciano también aparece en otras leyendas como por ejemplo en las de Santa Eulalia y en las de Santa Sofía, no teniendo ninguna base histórica.
La universalidad y popularidad de este diácono aragonés, quien habría podido permanecer como un santo local y que compite con otros santos del martirologio (San Esteban y San Lorenzo) tiene con qué sorprender. Primero su nombre Vicente, según San Agustín y el poeta Prudencio es sinónimo de victoria: es decir " Vicente es el que ha vencido en medio de los tormentos, ha vencido antes, durante y después de su defunción ".
Así, el culto a San Vicente arraigará pronto en Valencia donde será inhumado. (Recordemos que el patronazgo de Vicente sobre el pueblo de Zalamea, se produjo en un tiempo donde la peste estaba causando múltiples estragos). Pero allí, en Valencia pronto será eclipsado por otros santos, quizás porque sus reliquias se encontraban en otros lugares. Se creía poseer su cuerpo, del cuál había tres ejemplares: uno en Italia, otro en la abadía francesa de Castres y el tercero en Lisboa, en Portugal donde las reliquias del santo habrían sido trasladadas en el s.XII. Para poder acreditar esta tercera trasladación, se contaba que el cuerpo del santo amenazado por la proximidad de los moros, fue embarcado en Valencia en un barco que zozobró al sur de Portugal, cerca del sagrado promontorio del Algarbe que posteriormente se llamó cabo de San Vicente. Este relato refleja además un aspecto de los inicios de la reconquista en el tiempo de Enrique I de Portugal, el rey fue a buscar los restos de Vicente, siendo trasladados desde el cabo a Lisboa. Dos grandes cuervos acuden a trasladar los restos, uno posado en la proa y otro en la popa.
Así comenzará su calvario y martirio, siendo arrojado por Dacíano a prisión donde primero será desgarrado por ganchos de hierro en un potro de tormento siendo, al mismo tiempo flagelado sobre una cruz de San Andrés, a continuación será lanzado sobre una parrilla incandescente sobre la que los verdugos rocían puñados de sal para provocar mucho más dolor sobre las heridas. Finalmente su cuerpo será arrojado devuelta a la cárcel sobre un lecho de escombros de arcilla o sobre trozos de vidrio.
El cadáver de San Vicente después de haber sufrido tan tormentoso martirio será privado de los honores de una sepultura digna y por ello es depositado en un lugar agreste para que sus restos fueran devorados a manos de las bestias cañoneras, pero Dios no abandona a los suyos y manda a un gran cuervo negro para que se pose cerca de Vicente defendiendo su cuerpo de cualquier ataque, este cuervo espantará a un lobo que se acerca a devorarlo. Esta escena constituye otro fracaso de Daciano que recurrirá al último procedimiento para desembarazarse del molesto cadáver de Vicente. Daciano ordenará que se lleven su cuerpo metido en un saco de crin, a bordo de un barco y que arrojen el contenido del saco al fondo del mar, con una muela de molino atada al cuello de Vicente. Pero el cuerpo permaneció sobre la superficie del agua como si la piedra de molino se hubiese convertido en una boya. Además, un nuevo milagro se producirá ya que, Vicente será conducido milagrosamente hacia la orilla, donde a cargo de manos piadosas cristianas le darán una sepultura digna.
Sobre este último relato existen versiones contradictorias. Según algunas de ellas los restos del santo habrían sido cogidos clandestinamente por un moje de la abadía de Conques que finalmente los habría llevado a Castres. Debemos saber que el origen de todos estos detalles horripilantes es fácil de determinar, la parrilla pudiera ser una copia del arsenal empleado para el martirio de San Lorenzo, en cuanto la muela de molino que se niega a hundirse y la protección de los restos de un mártir a manos de pájaros constituye temas corrientes de la hagiografía popular, donde podemos encontrar otros ejemplos en las leyendas referidas a los santos: A. de Pamiers, F. de Lors y Estanislao de Cracovia. Otro dato de interés es que el procónsul que dio lugar a todo este proceso doloroso Daciano también aparece en otras leyendas como por ejemplo en las de Santa Eulalia y en las de Santa Sofía, no teniendo ninguna base histórica.
La universalidad y popularidad de este diácono aragonés, quien habría podido permanecer como un santo local y que compite con otros santos del martirologio (San Esteban y San Lorenzo) tiene con qué sorprender. Primero su nombre Vicente, según San Agustín y el poeta Prudencio es sinónimo de victoria: es decir " Vicente es el que ha vencido en medio de los tormentos, ha vencido antes, durante y después de su defunción ".
Así, el culto a San Vicente arraigará pronto en Valencia donde será inhumado. (Recordemos que el patronazgo de Vicente sobre el pueblo de Zalamea, se produjo en un tiempo donde la peste estaba causando múltiples estragos). Pero allí, en Valencia pronto será eclipsado por otros santos, quizás porque sus reliquias se encontraban en otros lugares. Se creía poseer su cuerpo, del cuál había tres ejemplares: uno en Italia, otro en la abadía francesa de Castres y el tercero en Lisboa, en Portugal donde las reliquias del santo habrían sido trasladadas en el s.XII. Para poder acreditar esta tercera trasladación, se contaba que el cuerpo del santo amenazado por la proximidad de los moros, fue embarcado en Valencia en un barco que zozobró al sur de Portugal, cerca del sagrado promontorio del Algarbe que posteriormente se llamó cabo de San Vicente. Este relato refleja además un aspecto de los inicios de la reconquista en el tiempo de Enrique I de Portugal, el rey fue a buscar los restos de Vicente, siendo trasladados desde el cabo a Lisboa. Dos grandes cuervos acuden a trasladar los restos, uno posado en la proa y otro en la popa.
JFP Romero