martes, 17 de enero de 2006

Historia de un Rey Mago

No sabía cómo, ni de qué manera, iba a hacer mi colaboración para este periódico para el comienzo de este año.
Por causas que no vienen al caso me he visto imposibilitado de centrarme en este compromiso, que adquirí con Antonio, mi amigo y maestro en lides que él y yo sabemos.
Es tarde de vísperas de Reyes. Sentado ante el ordenador oí las trompetas y tambores del desfile y me vino a la memoria aquel muchacho que junto a Bernabé organizaba y disfrutaba esta cabalgata, pensé ¿se acordarán de él en esta tarde tan señalada para su recuerdo? Y cuando llegué a la puerta de la Casa Consistorial y escuché a aquel grupo de mujeres dirigiendo su saludo hacia el cielo no pude por menos que decirme para mí… todavía hay gentes agradecidas.
En estos soliloquios estaba cuando dirigí mi vista hacia el cielo, y si allí estaba Quico, pero junto a él estaba alguien que en una noche de vísperas de Reyes del año 1942 bajándose, - para mí un hermoso corcel -, de una burrilla de mi abuela, se dirigió hacia mí. Ese Rey Mago que tienen ustedes aquí, el que después de dirigirme la palabra me pidió un beso al que lleno de temor accedí. Yo pregunté en mi ignorancia de niño de cinco años ¿Dónde están los otros Reyes? Me contestaron que habían tenido que ir a otros pueblos, donde había otros niños que los esperaban llenos de emoción. Bendita ilusión que hoy con 68 años aún disfruto en esa hermosa mañana.
Con el tiempo supe que era mi tío Celso, porque en la casa de mis abuelos veía esta foto y no me atrevía a preguntar ¿Por qué estaba allí esa foto iluminada del rey que me trajo las “cositas” en esa maravillosa Noche de Reyes? Eran tiempos de impensables Reyes con caramelos y juguetes de todas clases.
En las mañanas de Reyes se oían por las calles los ruidos de las ruedas de los carritos de madera tirados por un burrito también de madera, un carrillo de mano, de madera muy blanca, una panerita con “refregador”…. Y cómo no la cestita de cartón, con flecos de colores donde los Reyes nos habían dejado un “mantecao”, un mojón de perro de casa de tía Alegría, unas algarrobas… y pare usted de contar, no había para más. Eran los años del hambre, y bastante hacían repasando nuestras madres esas cartas imposibles de corresponder por unos Reyes, que por muy Reyes que fueran su poder de adquisición se veía constreñido por esos míseros “vales” (dinero) que cada semana se retiraban de la ventanilla de pago de la Estación Nueva, sede de la Omnipotente Compañía. Más de una cestita estaba mojada por las lágrimas vertidas por las artesanas que en la soledad de la noche, mientras nosotros soñábamos, confeccionaban, sabiendo que sería muy difícil de llenar si no le ponía en el fondo muchos trozos de papel que sirviera de relleno y así poder subir hasta el borde las pocas golosinas.
Pero en fin los tiempos han cambiado, afortunadamente, hemos pasado de no tener casi nada a hacer ostentación de nuestro poder adquisitivo. Espero, y deseo de todo corazón, que no tengamos nunca que recordar aquellos tiempos…… que no debemos olvidar. Hay un proverbio sobre ésto, que todos conocemos, y por ello no lo escribo.

Pastor, en mi Zalamea, que tanto he añorado cuando estaba lejos de Ella.