Al calor que ofrece el ocaso vespertino que apaga la luz del día en las piedras de la Calle Castillo, dio comienzo, y ya completa un lustro este empeño cultural de Cistus Jara, las ansiadas y esperadas V Jornadas Musulmanocristianas de Zalamea la Real. Y no lo pudo hacer con mejor pié que ofreciendo a sus asiduos las dos primeras actividades de calado. Una, la primera, la que da el virtual pistoletazo de salida a este evento (ante de la inauguración oficial en los días venideros), fue la tradicional exposición que alberga cada año el antiguo pósito de la iglesia.
La Casa Cilla (o según vox populi, la Arcilla) convocó a todos a la contemplación del mayor horror humano, a la muestra de crueldad de los hombres, a la demostración de los más terribles métodos coercitivos que unos pocos ejercían sobre la masa a través del control ideológico y espiritual de una Europa acongojada por el terror del averno. Y el rostro de los que visitaban la exposición no ofrecía duda sobre su sobrecogimiento. Los comentarios posteriores corroboraba el resto.
Y como clausura de este primer día de “fiesta cultural”, el cenit de la noche, el mayor de los obsequios con el que seducir a los mortales: la música. Y de mano de quienes acercaron el Medievo, el Renacimiento y el Barroco a los que se arrimaron a las ascuas de este evento no se podía esperar más que un rotundo éxito. Un recinto que ofrece el mejor de los ambientes para entrar en situación como fue y es la Iglesia parroquial se encontraba repleta de público. Y de ahí en adelante, imaginen y escuchen.
Una voz privilegiada para un público privilegiado por acceder a tal evento. La zalameña Aurora Gómez que siempre nos sorprende satisfactoriamente con sus virtudes. Y sus acompañantes, Calia Álvarez y Aníbal Soriano, que al son de la viola da gamba y la vihuela, entre otros instrumentos de época, bien pudieran haber embelesado al mismísimo Jordi Savall y a la Capella Reial.
El concierto, fragmentado en dos bloques claramente diferenciados, uno para la música antigua y renacentista; y el otro para la barroca, trasportaron a los asistentes a través de cantigas y folías y piezas de Haendel o Purcell, entre otras, a tiempos históricos.
Las interminables ovaciones, los incansables aplausos ante un magnífico concierto declararon la satisfacción del público que se acercó a dicho concierto. Las jornadas abrían sus puertas de par en par.
El sueño de una noche de verano, que diría William.
La Casa Cilla (o según vox populi, la Arcilla) convocó a todos a la contemplación del mayor horror humano, a la muestra de crueldad de los hombres, a la demostración de los más terribles métodos coercitivos que unos pocos ejercían sobre la masa a través del control ideológico y espiritual de una Europa acongojada por el terror del averno. Y el rostro de los que visitaban la exposición no ofrecía duda sobre su sobrecogimiento. Los comentarios posteriores corroboraba el resto.
Y como clausura de este primer día de “fiesta cultural”, el cenit de la noche, el mayor de los obsequios con el que seducir a los mortales: la música. Y de mano de quienes acercaron el Medievo, el Renacimiento y el Barroco a los que se arrimaron a las ascuas de este evento no se podía esperar más que un rotundo éxito. Un recinto que ofrece el mejor de los ambientes para entrar en situación como fue y es la Iglesia parroquial se encontraba repleta de público. Y de ahí en adelante, imaginen y escuchen.
Una voz privilegiada para un público privilegiado por acceder a tal evento. La zalameña Aurora Gómez que siempre nos sorprende satisfactoriamente con sus virtudes. Y sus acompañantes, Calia Álvarez y Aníbal Soriano, que al son de la viola da gamba y la vihuela, entre otros instrumentos de época, bien pudieran haber embelesado al mismísimo Jordi Savall y a la Capella Reial.
El concierto, fragmentado en dos bloques claramente diferenciados, uno para la música antigua y renacentista; y el otro para la barroca, trasportaron a los asistentes a través de cantigas y folías y piezas de Haendel o Purcell, entre otras, a tiempos históricos.
Las interminables ovaciones, los incansables aplausos ante un magnífico concierto declararon la satisfacción del público que se acercó a dicho concierto. Las jornadas abrían sus puertas de par en par.
El sueño de una noche de verano, que diría William.