Hace ahora 582 años a través de la bruma un caminante divisó la silueta de la recién terminada ermita que el pueblo de Zalamea, pues este es el nombre de este pueblo, había levantado en el Ejido de Los Piojitos.
Un grupo de lugareños ante los problemas que surgían con las epidemias y pestes que asolaban a los pueblos, habían pedido al párroco de la villa que les “buscara” un protector en el Cielo para que les librara y protegiera de las calamidades y pestes.
Era una de esas mañanas en las que no apetece andar por el campo. La bruma daba a todo el paisaje un aspecto fantasmagórico. El ermitaño hacía tañer la campana para dar a conocer, a la campesina población, que la ermita ya estaba abierta. Suena a maitines, dijo para sí el caminante cuando salió de la bruma al llano. Había hecho el camino por las cañadas y veredas que unen la vecina Portugal con la ciudad de Sevilla.
Poco a poco fueron llegando los pocos alumnos que asistían a las clases que el abnegado fraile impartía en el pueblo.
Al calor de una incipiente lumbre, en la chimenea, prepararon, fraile y caminante, un suculento desayuno que degustaron con fruición. Después del desayuno el caminante preguntó por la construcción de esta ermita que en otros viajes no había visto. Contó el ermitaño las vicisitudes por las que había pasado el pueblo, y cómo el párroco les había buscado un intercesor en el Cielo. Ante el interés del caminante por conocer los hechos el ermitaño comenzó…Se reunieron los vecinos del pueblo y sus muchas aldeas, introdujeron los santos de Las Letanía en un cántaro e hicieron que una mano inocente, la de un niño, sacara la santa o el santo que Dios, respondiendo a las rogativas del párroco le hubiese asignado al pueblo, y salió por tres veces seguidas el nombre de San Vicente Mártir. Como dato curioso te diré que hubo de hacerse tres veces porque el pueblo no quería a un santo que fuese de un lugar tan lejano, Huesca en el reino de Aragón.
San Vicente, como buen tozudo aragonés, se diría para sí, no me queréis pero yo os demostraré que soy digno de vosotros y que no os faltará mi apoyo en vuestras peticiones ante Dios.
Han pasado los años de esta imaginaria conversación, pero es cierto que libró a Zalamea de epidemias y pestes como la de 1800 en que las gentes no sabiendo cómo curarse se encomendaron a Él, y cierto día oyeron tocar a arrebato la campana de la ermita, acudieron a ver qué pasaba y vieron que la cuerda estaba cortada desde el badajo y seguía sonando, mas ¡oh sorpresa! la lámpara que el santero tenía siempre encendida rebosaba su aceite y se esparcía por el suelo, entendieron era una señal divina y comenzaron a ungirse con este aceite, y la peste no se extendió por Zalamea y su comarca. ¿Milagro, leyenda…?, si los archivos de la iglesia no hubiesen sido expoliados y arrasados en la invasión francesa y la guerra civil tal vez en ellos estuviese la constancia de estos hechos. Hasta 1985, en que se restauró la ermita por última vez, estaba la mancha de aceite en las baldosas colocadas el año 1929, y levantadas éstas también estaba en los ladrillos originales del principio de su construcción, también éstos estaban manchados de aceite hasta llegar a la tierra. Pueden dar fe de estos hechos cuantos participaron en el levantamiento de las solerías.
Las Reglas de la Hermandad escritas en 1425 y transcritas en 1647 y 1810 nos dan noticias de las gentes, lugares e inquietudes de aquellos lugareños, que hoy desde el Cielo ven que su Hermandad ha perdurado por los siglos en este pueblo pleno de historia y tradiciones.
Se creó esta Hermandad con el fin, de ayudar a bien morir a los enfermos y enterrar a los muertos. Hoy, actualizadas, sigue atendiendo a los necesitados con el 10% de las cuotas de hermanos, ya que en las primitivas se obligaba a dar carne, pan y queso además de cierta cantidad de vino, en el día de la fiesta principal.
Siempre se celebró la fiesta en su ermita, con Novena y Santa Misa, y la parte pagana, comida, en el llano donde hoy se ubica la barriada que lleva su nombre, a la que ¡no podían asistir mujeres! Alrededor de 1800 se comenzó a traer a la iglesia el Santo para celebrar su fiesta el domingo siguiente a su festividad, ya que los hombres, que no trabajan en los campos, sino en las minas, no podían asistir a los festejos en su día, ya que no descansaban ni los domingos…, eran otros tiempos.
Hemos de estar orgullosos, todos los zalameños, de contar con una Hermandad, hoy más que quingentésima, que desde aquel lejano 25 de marzo de 1425, y sorteando todos los temporales que este proceloso mar de incomprensiones y avatares, los tiempos intentan imponer, y que afortunadamente sus distintas Juntas de Gobierno han sido capaces de llegar felizmente al puerto de sus 582 años de existencia.