Tres son los hechos que más me llaman la atención en estos últimos días: la Navidad, la gran cantidad de agua caída en forma de lluvia, y el heroico comportamiento de un paisano nuestro, y amigo mío: Luismi Gómez. Sobre esos tres hechos quisiera realizar una pequeña reflexión, ya que pienso que están relacionados.
En primer lugar, la fuerza de Luismi. Su actuación ha sido todo un ejemplo de fortaleza de espíritu y entereza ante una situación radical de injusticia. La crisis que azota nuestras vidas es tan funesta que, ante ella, no cabe más que reaccionar, tal y como hizo Luismi. No se trata de que todos nos pongamos en huelga de hambre, sino de tomar ejemplo de Luismi y luchar contra las injusticias. Luchar pidiendo responsabilidades a empresarios inhumanos e inmorales que sólo aspiran a su propio enriquecimiento y no al de toda la empresa; a periodistas corruptos que no cuentan la verdad, sino que se venden por un trozo de pan en forma de poder; a políticos corruptos que, apegándose al sillón, no velan por el bien público, sino por el suyo (o el de su partido) propio, ignorando la situación de crisis permanente que asola nuestro pueblo y toda la Cuenca; y a un pueblo que, adormecido, con los ojos ciegos, los oídos sordos y la mente obnubilada, no se atreve a dar un puñetazo en la mesa y provocar un golpe de timón que ayude a salir de tan miserable situación. Contra todo esto brilló, cual estrella de oriente, el ejemplo de Luismi.
En segundo lugar, el agua. Agradecidos estamos todos de tal cantidad de agua caída estos días. Los ganaderos, agricultores, gurumeleros, y paisanos en general, no hacemos otra cosa que alegrarnos de tan precioso bien del que últimamente disfrutamos. Y es que el agua, además de un bien material, es un símbolo de purificación. Ante una sociedad corrupta y deprimida, una sociedad que ha naturalizado el mal dándole carta de ciudadanía mediante expresiones como “todos los políticos son unos corruptos”; “si yo estuviera ahí también enchufaría a mis amigos”; “el que se mueve no sale en la foto”; etc., se necesitan personas y ejemplos que reaccionen contra este statu quo. No vale con la desesperanza que acepta la situación con argumentos como el siguiente: dado que todos los poderes públicos son unos corruptos, hay que ser más corruptos que ellos para llegar a triunfar. No vale con el “ande yo caliente, ríase la gente”. Hace falta más. Hace falta que la lluvia que cae nos limpie la mente, nos abra los ojos y nos prepare los oídos. Hace falta una lluvia que limpie la injusticia y la ruindad. Que limpie las vidas. Que quite los humos contaminantes y haga salir el sol.
Y en tercer lugar, la Navidad. La Navidad es símbolo de comienzo y, por tanto, de esperanza. Es ese tiempo en el que los sueños parecen más realizables, de ahí lo de los regalos. Es el tiempo en el que la aspiración a superar el mal, la injusticia, la mentira, la manipulación, la extorsión, el libertinaje, etc., se hace más palpable. Es el momento en que parece más real la posibilidad de lo mejor. No de lo mejor en absoluto, pero sí de lo mejor que ahora. Ahora bien, si la sociedad y cada uno de sus miembros no se hacen conciente de la posibilidad de esto, y de los medios necesarios para ello, de más está el caso de Luismi, el agua y la Navidad.
Por Juan Luis Romero Bonaño
En primer lugar, la fuerza de Luismi. Su actuación ha sido todo un ejemplo de fortaleza de espíritu y entereza ante una situación radical de injusticia. La crisis que azota nuestras vidas es tan funesta que, ante ella, no cabe más que reaccionar, tal y como hizo Luismi. No se trata de que todos nos pongamos en huelga de hambre, sino de tomar ejemplo de Luismi y luchar contra las injusticias. Luchar pidiendo responsabilidades a empresarios inhumanos e inmorales que sólo aspiran a su propio enriquecimiento y no al de toda la empresa; a periodistas corruptos que no cuentan la verdad, sino que se venden por un trozo de pan en forma de poder; a políticos corruptos que, apegándose al sillón, no velan por el bien público, sino por el suyo (o el de su partido) propio, ignorando la situación de crisis permanente que asola nuestro pueblo y toda la Cuenca; y a un pueblo que, adormecido, con los ojos ciegos, los oídos sordos y la mente obnubilada, no se atreve a dar un puñetazo en la mesa y provocar un golpe de timón que ayude a salir de tan miserable situación. Contra todo esto brilló, cual estrella de oriente, el ejemplo de Luismi.
En segundo lugar, el agua. Agradecidos estamos todos de tal cantidad de agua caída estos días. Los ganaderos, agricultores, gurumeleros, y paisanos en general, no hacemos otra cosa que alegrarnos de tan precioso bien del que últimamente disfrutamos. Y es que el agua, además de un bien material, es un símbolo de purificación. Ante una sociedad corrupta y deprimida, una sociedad que ha naturalizado el mal dándole carta de ciudadanía mediante expresiones como “todos los políticos son unos corruptos”; “si yo estuviera ahí también enchufaría a mis amigos”; “el que se mueve no sale en la foto”; etc., se necesitan personas y ejemplos que reaccionen contra este statu quo. No vale con la desesperanza que acepta la situación con argumentos como el siguiente: dado que todos los poderes públicos son unos corruptos, hay que ser más corruptos que ellos para llegar a triunfar. No vale con el “ande yo caliente, ríase la gente”. Hace falta más. Hace falta que la lluvia que cae nos limpie la mente, nos abra los ojos y nos prepare los oídos. Hace falta una lluvia que limpie la injusticia y la ruindad. Que limpie las vidas. Que quite los humos contaminantes y haga salir el sol.
Y en tercer lugar, la Navidad. La Navidad es símbolo de comienzo y, por tanto, de esperanza. Es ese tiempo en el que los sueños parecen más realizables, de ahí lo de los regalos. Es el tiempo en el que la aspiración a superar el mal, la injusticia, la mentira, la manipulación, la extorsión, el libertinaje, etc., se hace más palpable. Es el momento en que parece más real la posibilidad de lo mejor. No de lo mejor en absoluto, pero sí de lo mejor que ahora. Ahora bien, si la sociedad y cada uno de sus miembros no se hacen conciente de la posibilidad de esto, y de los medios necesarios para ello, de más está el caso de Luismi, el agua y la Navidad.
Por Juan Luis Romero Bonaño