El Jueves Santo se anticipó tanto que empezó a dejarse ver con las oscuridades del mediodía, el cielo se apagó y la tarde se hizo desapacible. En el interior del templo, la hermandad pedía moratoria por un atisbo esperanzador, pero tras una hora de espera comunicaron a sus hermanos que no habría estación de penitencia. La salida por las calles del Nazareno acompañado de su nueva agrupación musical tendría que esperar un año.
En la madrugada, El Cristo de la Sangre tomó el protagonismo para proclamar la noche más oscura, su muerte en la Cruz. En esta ocasión, Penitencia tuvo que recortar el recorrido por la persistente llovizna amenazante durante toda la madrugada.
La oscuridad se prolongó al Viernes Santo, y El Cristo Yacente no pudo ser conducido al Santo Sepulcro como manda la tradición. La tarde recogió a numerosos fieles en el interior del templo, donde se palpaba ese desengaño tan barroco, esa mezcla de desilusión y de belleza, esa elegancia de lo imposible y etéreo que reflejan los titulares en sus tronos.
En la madrugada, El Cristo de la Sangre tomó el protagonismo para proclamar la noche más oscura, su muerte en la Cruz. En esta ocasión, Penitencia tuvo que recortar el recorrido por la persistente llovizna amenazante durante toda la madrugada.
La oscuridad se prolongó al Viernes Santo, y El Cristo Yacente no pudo ser conducido al Santo Sepulcro como manda la tradición. La tarde recogió a numerosos fieles en el interior del templo, donde se palpaba ese desengaño tan barroco, esa mezcla de desilusión y de belleza, esa elegancia de lo imposible y etéreo que reflejan los titulares en sus tronos.