El nombre de este juego es bien seguro que le sonará a cosa rara a la juventud que tenga a bien leer estas líneas, y mucho más en esta época de ordenadores y juegos virtuales, pero si tiene curiosidad en conocer cómo era la Zalamea de sus padres y abuelos si seguirá leyendo. Era éste uno de los juegos, junto con “La Jolibarda”, “La Pinquinela”, “Marro”…, con el que nos solazábamos en El Seto (lugar donde hoy está el “parque” de “El Medio Ambiente”, o en la calleja vecina al lugar donde se encuentra el grupo escolar. Ya en la Voz de Zalamea dejé constancia de alguno de estos juegos que especialmente jugaron los chavales de la edad de mi padre, es decir chiquillos que hoy ya pasarían de los 90 años, así que vamos a escribir sobre los juegos que mi generación y otras anteriores disfrutaron jugando. Condición indispensable para poder jugar es la construcción de los receptáculos que alojarán otra de las piezas indispensables, la pelota. El receptáculo (¿que otra palabra debería poner para no parecer tan cursi?) se construía con piedras, teniendo la forma cuadrada adosado a la pared, y, junto a éste se construía el siguiente, uno por cada jugador. Realizado el sorteo uno de los niños sobre el que había recaído la suerte o la desgracia era el encargado de arrojar la pelota a los “jonches”. Junto a este lanzador de la pelota nos colocábamos todos los participantes en el juego. Al caer la pelota en uno de estos “jonches” el propietario corría hacia el recipiente en tanto los demás corríamos para desaparecer de la cercanía de este compañero que pelota en ristre la lanzaba hacia los que corríamos y el tocado era eliminado, así una y otra vez hasta que nos iban eliminando. Quiero hacer constar que la consabida pelota era de trapos adosados entre sí y sujetados con una muy habilidosa red, realizada con “guita”. No os extrañéis, las de goma no existían. Lo único que conocíamos de goma eran las tiras de ella que tío “Caloza” vendía en su casa de la calle Tejada y que eran de las cámaras de las ruedas de los aviones que su hijo le traía de Sevilla, nosotros las utilizábamos para hacer tirachin@s. Y de badana (nombre con el que se conocían las de tenis) eran difícil de conseguir, así que cada uno se encargaba de buscar en sus casas un trozo de trapo que no hiciera falta, ya que era una época de subsistencia y todo había que “reciclar”(aunque esta palabra no se había inventado). Los pantalones se remendaban con los trozos que quedaban de otras prendas que se iban deshaciendo y que eran guardados como oro en paño.
Pastor, abril del 2006 y que tiene la utopía de que aun podrían volver a jugarse.
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