Esta carta que te escribo la escribo con el “joio” ordenador, que hoy está a la orden del día, pero saliéndome las palabras del corazón, y cuando se escribe saliéndote las frases desde lo más hondo del corazón nunca se pueden decir cosas que no se sienten. El Domingo, después de terminar tu magnífico pregón, respeto el parecer de todo el mundo, a mí me pareció magnífico, no tan sólo por lo que nos dijiste, sino cómo lo dijiste. Como te decía, cuando terminaste me acerqué a tí, y, tan sólo te dije, gracias por muchas cosas. Ahora quiero decirte por escrito y públicamente una vez más, gracias, por todo, y, muy especialmente por dos cosas, una de ellas muy especial para mí y también para tí, la otra no es tan especial pero para mí si. Mis primeras gracias son de mi parte, más muy especialmente de nuestro tío Celso (fíjate que digo nuestro tío Celso, porque tú ocupaste el lugar mío en aquella casa donde me crié, y, de la que por razones que no vienen al caso me alejé, gracias por hacerle pasar a aquellos viejos tan gratos momentos) porque tuviste el valor y la bonhomía de poner al tío Celso y a la tía Soledad (mi Chole, como le dice tu hermana) en el lugar que le corresponde, en el sitio y delante de quienes le vituperaron, injuriaron, zahirieron y vilipendiaron de forma artera y ruin, con el fin de desprestigiarle ante un pueblo que sabía quién era el tío Celso, con sus vicios y sus virtudes. Yo me crié en esa casa al cuidado de mi abuela Francisca, una mujer bragada y hecha a sí misma que prefirió ser desheredada antes que renunciar al amor de aquel abuelo Heraclio, que tú no conociste por tu edad, y pasar de la opulencia a la miseria. A esa familia pertenecía NUESTRO TÍO CELSO, ¿Podía ser lo que mentes enfermas difundieron? Él en su grandeza de espíritu los perdonó, yo intento perdonarlos, pero no puedo, NI QUIERO OLVIDAR. Las otras gracias son muy mías, muy especiales, porque me sacaste de mis dudas sobre si me estaba pasando con tanto conservar y airear nuestras tradiciones. Gracias, y, muy especial porque en tu hijo personificaste a toda la juventud que hoy empieza a “espigar”, como las de trigo y cebada de nuestros campos, en el conocimiento y ganas de conservar las tradiciones tan añejas y hermosas de nuestra Zalamea, las que gentes sin escrúpulo intentan desfigurar, y en algunos casos desvirtuar. Para saber lo que tenemos no hay nada más que vivir un tiempo alejado de ella. Francisco Javier, GRACIAS, de parte de ELLOS y de mias. Pastor, en la Semana Santa del 2006, en la “MUY NOBLE Y LEAL VILLA” de Zalamea LA REAL, a la que de forma artera y miserable se le ha hecho desaparecer esta leyenda de su escudo. Vuelvo a decir que el tiempo pone y quita, y como tú muy bien terminaste diciendo, y yo también digo, AMEN. Y hágase la voluntad de Dios, que es quien tiene poder para ello. |