La enfermedad conocida como la seca, que afecta, sobre todo, a encinas y alcornoques, se expande de un modo alarmante por la Cuenca Minera sin que hasta el momento se haya encontrado, pese a los diversos estudios científicos realizados, un antídoto para su erradicación.
Las consecuencias, en caso de continuar su avance hasta un punto extremo, pueden ser la destrucción de la dehesa y, por tanto, de su biodiversidad, así como la quiebra de la industria del cerdo ibérico de bellota y del sector corchero. Dos actividades económicas que constituyen una importante fuente de ingresos en la deprimida economía de la comarca minera, de modo que la seca viene a ser un obstáculo más a soslayar en el ya de por sí pedregoso camino hacia la ansiada diversificación socioeconómica de la zona. De hecho, ya se han hecho notar los efectos de esta patología en los bolsillos de ganaderos y agricultores, que, aunque no pueden cuantificar las pérdidas económicas con exactitud, coinciden en que, en cualquier caso, son cuantiosas.
Aunque la seca afecta a la totalidad de municipios de la Cuenca, cuyo entorno natural refleja ya de un modo claro los efectos deletéreos de este grave problema medioambiental, son los términos de Berrocal, Zalamea la Real y Campofrío los más afectados. Un hecho que hay que situar en el contexto de que en sus economías ocupan un lugar protagonista las actividades agrícola y ganadera. Así, en Berrocal son 4.885 las hectáreas en las que ha hecho acto de presencia la enfermedad, mientras que otras 1.307 son susceptibles de sufrir su embestida, lo cual completa la superficie que se salvó de la quema en el atroz incendio del verano de 2004. En Zalamea la Real, por su parte, se habla de que en torno a unas 500 hectáreas, el 20 por ciento de su superficie de encinar, se encuentran contagiadas. A diferencia de Berrocal, donde es el sector corchero el predominante, y Zalamea la Real, que tiende más hacia la ganadería, Campofrío combina ambos sectores, lo cual diversifica más las pérdidas.
Aunque la seca afecta a la totalidad de municipios de la Cuenca, cuyo entorno natural refleja ya de un modo claro los efectos deletéreos de este grave problema medioambiental, son los términos de Berrocal, Zalamea la Real y Campofrío los más afectados. Un hecho que hay que situar en el contexto de que en sus economías ocupan un lugar protagonista las actividades agrícola y ganadera. Así, en Berrocal son 4.885 las hectáreas en las que ha hecho acto de presencia la enfermedad, mientras que otras 1.307 son susceptibles de sufrir su embestida, lo cual completa la superficie que se salvó de la quema en el atroz incendio del verano de 2004. En Zalamea la Real, por su parte, se habla de que en torno a unas 500 hectáreas, el 20 por ciento de su superficie de encinar, se encuentran contagiadas. A diferencia de Berrocal, donde es el sector corchero el predominante, y Zalamea la Real, que tiende más hacia la ganadería, Campofrío combina ambos sectores, lo cual diversifica más las pérdidas.
En otros municipios mineros como El Campillo, de menor tradición ganadera, el problema es más de índole medioambiental que económica, lo cual no resta gravedad al asunto. Fincas municipales como 'El Cura', donde los campilleros celebran su romería, presentan un avanzado estado de deterioro a causa de la seca, lo cual motivó en los últimos meses una repoblación de encinas y alcornoques en el marco del proyecto 'Erica'.
Múltiples son las hipótesis que se barajan sobre las causas que han favorecido en los últimos años la propagación a una velocidad vertiginosa de esta patología originada, en la mayoría de los casos detectados en la comarca, por un hongo denominado phytophthora cinnamomi, el cual ataca de manera directa a las raíces del árbol. Aunque se trata de simples especulaciones no verificadas de un modo científico, desde la plataforma Fuegos Nunca Más sostienen que el cambio climático (que a través de la eliminación de arboleda contribuye a asemejar el paisaje de la zona al entorno del norte de África) y la lluvia ácida ocasionada por las emisiones del polo químico de la capital onubense (la Cuenca se encuentra dentro del radio de setenta u ochenta kilómetros sometido a los gases emanados por el núcleo de emisión) desempeñan un papel importante en el rápido crecimiento de la mancha dejada por la seca en la superficie forestal de la zona. Unos factores que guardan una estrecha relación con los ciclos de sequía que han acuciado a la zona en los últimos años y que también favorecen el decaimiento del árbol, que queda, por tanto, más indefenso ante el ataque de la phytophthora cinnamomi.
La introducción en el pasado de especies no autóctonas como eucaliptos y pinares de un modo masivo para su explotación industrial o la tala abusiva de árboles son otros elementos que influyen en la aparición de la seca. Asimismo, una vez que una zona ya ha sido atacada por el hongo, el gradeo de la tierra facilita su transmisión a otros árboles a través de la maquinaria utilizada.
En este punto, la asociación zalameña Cistus Jara, la cual comparte estas hipótesis, añade que el abandono al que se ven sometidas las fincas también resulta decisivo para la irrupción de la phytophthora cinnamomi, en el sentido en que ésta tiene una menor incidencia en las zonas mejor cuidadas. Del mismo modo, esta asociación cuya meta principal es la defensa del encinar presupone que la existencia de explotaciones agrícolas de monocultivo intensivo también actúa como agente, aunque quizás no determinante, sí influyente en el progresivo decaimiento de encinas y alcornoques. Un hecho que también se da en la Cuenca Minera, donde la empresa Río Tinto Fruit cuenta con una explotación de cítricos de unas 1.800 hectáreas.
A modo de conclusión, aunque se trata de meras conjeturas que hasta el momento no han sido demostradas, sí hay que reconocer, como señalan ambas entidades ecologistas, que se trata de una serie de factores que confluyen en el escenario de la zona esquilmada por la seca.
La gravedad de este problema se ha visto acrecentada por la detección de casos entre matorrales como la jara o el brezo. Un hecho que, dada su condición de vegetales más jóvenes, desmonta, junto a la muerte a los 40 ó 50 años de árboles que pueden vivir en condiciones normales hasta tres siglos, la creencia de que sólo eran especies envejecidas las que estaban sometidas a un posible contagio debido a su mayor debilidad. Unas circunstancias que han generalizado la sensación, al menos entre los sectores ecologistas, de que se trata de una epidemia imparable.
Ante la ausencia de un tratamiento eficaz, todo apunta a que el mejor remedio es la prevención, en la medida en que una vez que un árbol se ve afectado por la seca es muy complicada su recuperación, así como muy costosa en términos económicos. A diferencia de las explotaciones agrícolas de monocultivo, en las que es fácil someter a los árboles a productos químicos debido a su homogeneidad y a la existencia de sistemas de riego, en el caso de la superficie forestal, por sus propias características heterogéneas, resulta inviable tratar a la masa de encinas y alcornoques que sufren los efectos de la phytophthora cinnamomi, ya que debería realizarse de manera individual con cada ejemplar, lo cual supondría un gasto desmesurado.
A modo de conclusión, aunque se trata de meras conjeturas que hasta el momento no han sido demostradas, sí hay que reconocer, como señalan ambas entidades ecologistas, que se trata de una serie de factores que confluyen en el escenario de la zona esquilmada por la seca.
La gravedad de este problema se ha visto acrecentada por la detección de casos entre matorrales como la jara o el brezo. Un hecho que, dada su condición de vegetales más jóvenes, desmonta, junto a la muerte a los 40 ó 50 años de árboles que pueden vivir en condiciones normales hasta tres siglos, la creencia de que sólo eran especies envejecidas las que estaban sometidas a un posible contagio debido a su mayor debilidad. Unas circunstancias que han generalizado la sensación, al menos entre los sectores ecologistas, de que se trata de una epidemia imparable.
Ante la ausencia de un tratamiento eficaz, todo apunta a que el mejor remedio es la prevención, en la medida en que una vez que un árbol se ve afectado por la seca es muy complicada su recuperación, así como muy costosa en términos económicos. A diferencia de las explotaciones agrícolas de monocultivo, en las que es fácil someter a los árboles a productos químicos debido a su homogeneidad y a la existencia de sistemas de riego, en el caso de la superficie forestal, por sus propias características heterogéneas, resulta inviable tratar a la masa de encinas y alcornoques que sufren los efectos de la phytophthora cinnamomi, ya que debería realizarse de manera individual con cada ejemplar, lo cual supondría un gasto desmesurado.
Por ello, la asociación Cistus Jara, para la que la financiación de estudios científicos sobre la enfermedad por parte de la Junta de Andalucía es insuficiente para solventar la crítica situación que atraviesa la dehesa, reivindica que la Administración autonómica ponga en marcha una campaña de información entre agricultores y ganaderos sobre la enfermedad y las tareas de prevención que deben emprender para evitar la expansión del hongo, así como la concesión de ayudas económicas destinadas a dichas labores. La desinfección de la maquinaria con la que se efectúan los gradeos, evitar la realización de podas excesivas, sobre todo en tiempos de sequía, son algunas de las líneas preventivas más aconsejables.
Desde la Unión de Pequeños Agricultores (UPA), por su parte, apuntan la necesidad de elaborar un cuaderno de campo que, además de las instrucciones que deben seguir los propietarios, recoja la evolución de la seca en cuanto al número de fincas afectadas. Todo ello para poner fin al enorme desconocimiento existente sobre el problema.
Por otro lado, la solución a largo plazo, según se desprende de las investigaciones realizadas por la Universidad de Huelva, puede pasar por el aprovechamiento de los avances de la genética mediante plantaciones masivas con familias de encinas y alcornoques más resistentes. Esto puede hacerse a través de la clonación de los árboles que sobreviven en zonas con una alta concentración de hongos.
Por otro lado, la solución a largo plazo, según se desprende de las investigaciones realizadas por la Universidad de Huelva, puede pasar por el aprovechamiento de los avances de la genética mediante plantaciones masivas con familias de encinas y alcornoques más resistentes. Esto puede hacerse a través de la clonación de los árboles que sobreviven en zonas con una alta concentración de hongos.
En última instancia, hay que señalar que el asunto de la seca despierta ciertas suspicacias entre los defensores del patrimonio natural, que temen la existencia de intereses subrepticios por parte de algún sector industrial que anhele la desaparición de la encina y el alcornoque para introducir otro tipo de cultivo. No obstante, ellos mismos afirman que sólo es un pensamiento que planea por la mente de algunos ciudadanos sin que haya, al menos hasta el momento, ninguna prueba que lo confirme.