El 28 de Febrero, Día de Andalucía, se anunciaba un festejo taurino en la centenaria plaza zalameña, festejo muy rematado en el papel y con precios populares. La tarde comenzaba entoldada y fría con una cómoda media entrada en los tendidos, dispuestos a disfrutar de una buena tarde de toros.
Con cierto retraso comenzó el paseíllo que abría el joven caballero Leonardo Hernández hijo, dispuesto a entregar al respetable todo su buen hacer con el caballo. Desde el paseíllo, todos los asistentes pudimos presagiar la seriedad con la que transcurriría posteriormente el festejo.
Con cierto retraso comenzó el paseíllo que abría el joven caballero Leonardo Hernández hijo, dispuesto a entregar al respetable todo su buen hacer con el caballo. Desde el paseíllo, todos los asistentes pudimos presagiar la seriedad con la que transcurriría posteriormente el festejo.
L. Hernández comenzó su faena recortando a su novillo de “Castilblanco”, mientras el silencio de la plaza se rompía con la voz de un aficionado que decía “aunque en la plaza no haya mucha gente, lúcete, que una oreja en Zalamea tiene mucho peso”, frase que motivo a todos los asistentes a romper en un caluroso aplauso. Prosiguió ésta con dos buenos rejones de castigo, seguido por dos banderillas al quiebro, montado en un caballo tordo, y banderillas a dos manos con piruetas en la cara del animal, finalizando con las cortas al violín y rematando con un rejón que no consiguió clavar del todo.
La presidencia estuvo certera otorgándole una oreja, aunque el joven rejoneador paseó dos, esto no pasaría si existiese en Zalamea, la figura del alguacilillo.
La lidia a pie comenzó con el novillero J. María Lázaro que en su primero se lució con el capote a la verónica y con la derecha en la muleta, prosiguió con tandas por la izquierda y cerró con doblones por bajo. Remató con una estocada a la suerte contraria bastando para que se le otorgase dos orejas; buena faena a la que al torero, en algunas ocasiones, le faltó encontrar el sitio en la cara del toro.
Su segundo fue un novillo de bonitas hechuras aplaudido a la salida, al que se le picó muy bien, cosa que el respetable reconoció ovacionando al piquero. Con la muleta quiso y no pudo, y tras un pinchazo y un bajonazo fue ovacionado.
El segundo espada era Pérez Mota., hermano del conocido torero Juan Contreras, que en su primero se lució con la muleta al son de Puerta Grande, (interpretado por la Banda de Música D. Justo Ruiz, que estuvo fantástica durante todo el festejo, siempre iniciando el pasodoble después de que los toreros realizasen dos tandas completas de muletazos), mató mal y descabelló varias veces. Recibió un aviso y fue ovacionado.
En el siguiente astado, Pérez Mota toreo aceptablemente con el capote y en el tercio de banderillas su subalterno coloco un grandioso par, cuadrando en la cara del novillo y con los dos rehiletes muy reunidos, que le valió para saludar montera en mano desde el tercio. Destacar también la buena brega realizada por éste, durante toda la lidia. Con el engaño intentó sacar todo lo bueno a un toro parado, sin gas, sin transmisión y tras una gran estocada se le concedió dos orejas y rabo, cantidad de trofeos excesiva, pero nada comparada con otorgar la vuelta al ruedo a este toro que, además, sólo recibió un puyazo en el caballo.
Con el tercer espada del cartel, llego la clase torera, el buen hacer y el toreo de arte, Diego R. Jiménez encandiló a la afición zalameña con su primer astado, no estando muy curtido aún con el capote. En el último tercio, al toro negro de “Campo Amor”, le cuajó una extraordinaria faena de arte, templanza y duende llevando la muleta planchada todo el tiempo; colocándose en el sitio y rozando el pitón por la taleguilla. Mostró quietud en todo momento llegando a levantar de los asientos al público y arrancar un olé a los más exigentes. Colocó una estocada y tras varios descabellos se le concedió una oreja; oreja de mucho peso por una tauromaquia de lujo por ambas manos.
En su segundo, último de la tarde, poco pudo hacer ante un inválido novillo que apenas podía mantenerse en pie, motivado por daño en los cuartos traseros producido por una caída en la arena y la mala brega a la que fue sometido; el público protestó ligeramente su presencia en el ruedo. Aún así, el de Sanlúcar, supo plasmar lo más hondo del toreo, siempre a media altura y dejar pases de gran calidad. Terminó con una estocada que le valió para que se le concediese una oreja.
Una tarde triunfal donde sobresalió la buena presencia del ganado de “Campo Amor” y la tauromaquia de diestro Diego R. Jiménez, que esperamos verlo de nuevo derrochando su arte en nuestra plaza.
Festejo para recordar y cartel merecedor de una plaza de solera y “peso” como es la de Zalamea la Real.
La presidencia estuvo certera otorgándole una oreja, aunque el joven rejoneador paseó dos, esto no pasaría si existiese en Zalamea, la figura del alguacilillo.
La lidia a pie comenzó con el novillero J. María Lázaro que en su primero se lució con el capote a la verónica y con la derecha en la muleta, prosiguió con tandas por la izquierda y cerró con doblones por bajo. Remató con una estocada a la suerte contraria bastando para que se le otorgase dos orejas; buena faena a la que al torero, en algunas ocasiones, le faltó encontrar el sitio en la cara del toro.
Su segundo fue un novillo de bonitas hechuras aplaudido a la salida, al que se le picó muy bien, cosa que el respetable reconoció ovacionando al piquero. Con la muleta quiso y no pudo, y tras un pinchazo y un bajonazo fue ovacionado.
El segundo espada era Pérez Mota., hermano del conocido torero Juan Contreras, que en su primero se lució con la muleta al son de Puerta Grande, (interpretado por la Banda de Música D. Justo Ruiz, que estuvo fantástica durante todo el festejo, siempre iniciando el pasodoble después de que los toreros realizasen dos tandas completas de muletazos), mató mal y descabelló varias veces. Recibió un aviso y fue ovacionado.
En el siguiente astado, Pérez Mota toreo aceptablemente con el capote y en el tercio de banderillas su subalterno coloco un grandioso par, cuadrando en la cara del novillo y con los dos rehiletes muy reunidos, que le valió para saludar montera en mano desde el tercio. Destacar también la buena brega realizada por éste, durante toda la lidia. Con el engaño intentó sacar todo lo bueno a un toro parado, sin gas, sin transmisión y tras una gran estocada se le concedió dos orejas y rabo, cantidad de trofeos excesiva, pero nada comparada con otorgar la vuelta al ruedo a este toro que, además, sólo recibió un puyazo en el caballo.
Con el tercer espada del cartel, llego la clase torera, el buen hacer y el toreo de arte, Diego R. Jiménez encandiló a la afición zalameña con su primer astado, no estando muy curtido aún con el capote. En el último tercio, al toro negro de “Campo Amor”, le cuajó una extraordinaria faena de arte, templanza y duende llevando la muleta planchada todo el tiempo; colocándose en el sitio y rozando el pitón por la taleguilla. Mostró quietud en todo momento llegando a levantar de los asientos al público y arrancar un olé a los más exigentes. Colocó una estocada y tras varios descabellos se le concedió una oreja; oreja de mucho peso por una tauromaquia de lujo por ambas manos.
En su segundo, último de la tarde, poco pudo hacer ante un inválido novillo que apenas podía mantenerse en pie, motivado por daño en los cuartos traseros producido por una caída en la arena y la mala brega a la que fue sometido; el público protestó ligeramente su presencia en el ruedo. Aún así, el de Sanlúcar, supo plasmar lo más hondo del toreo, siempre a media altura y dejar pases de gran calidad. Terminó con una estocada que le valió para que se le concediese una oreja.
Una tarde triunfal donde sobresalió la buena presencia del ganado de “Campo Amor” y la tauromaquia de diestro Diego R. Jiménez, que esperamos verlo de nuevo derrochando su arte en nuestra plaza.
Festejo para recordar y cartel merecedor de una plaza de solera y “peso” como es la de Zalamea la Real.
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Eduardo Vázquez
Eduardo Vázquez