Cabezas alzadas y manos en frente, guiaban la mirada de los zalameños que casualmente transitaban por las calles en esta última mañana de Septiembre. La cúpula zalameña, pintada en esta ocasión en tonos grises, presentaba al observador una curiosa imagen que hizo que los más despistados pronto se añadieran al improvisado espectáculo.
Desde las difuminadas nubes, y como si colgara del cielo un nuevo personaje se inmiscuía dentro de la vida zalameña. Con su parapente y oscilando en las alturas zalameñas de un lugar a otro, el turista aéreo, comenzó a dar vueltas a lo largo de este pueblo blanco. Las miradas zalameñas seguían el recital, mientras que el anónimo visitante, dotado de una cámara, comenzó a filmar desde su privilegiado mirador tomas que en la cabeza de los espectadores eran difícil de imaginar. Preguntas sin responder y curiosidad propia del que observa algo que se escapa de la rutina. La gente siguió observando hasta que el horizonte de la encina La Loca engulló al visitante. Pequeñas anécdotas que forman un pueblo.
Desde las difuminadas nubes, y como si colgara del cielo un nuevo personaje se inmiscuía dentro de la vida zalameña. Con su parapente y oscilando en las alturas zalameñas de un lugar a otro, el turista aéreo, comenzó a dar vueltas a lo largo de este pueblo blanco. Las miradas zalameñas seguían el recital, mientras que el anónimo visitante, dotado de una cámara, comenzó a filmar desde su privilegiado mirador tomas que en la cabeza de los espectadores eran difícil de imaginar. Preguntas sin responder y curiosidad propia del que observa algo que se escapa de la rutina. La gente siguió observando hasta que el horizonte de la encina La Loca engulló al visitante. Pequeñas anécdotas que forman un pueblo.