lunes, 11 de septiembre de 2006

Toros y toreros triunfan en la Taurina Zalamea.

Todo pueblo taurino, tiene su maneras de contemplar la tauromaquia y Zalamea como no, posee la suya propia, la de premiar con trofeos y hacer que los diestros se vuelquen con su afición, además de saber apreciar la importancia que tiene ponerse delante de un toro. Esto no quiere decir triunfalismo, sino dar a los toreros trofeos por el buen hacer con los trastos, ni más ni menos.
Con tres cuartos de plaza, a la hora en punto y como mandan los cánones comenzó el paseíllo. Este lo hacían los tres diestros anunciados que vinieron a este viejo pueblo, cargados de ganas y ansias de triunfo, conocedores de la solera de la plaza Zalameña.
La terna estoquearía un bien presentado encierro de Guadalmena que sustituiría al anunciado, decisión acertadísima ya que el ganado, bajos de casta aunque muy nobles hicieron que esa tarde pasara a la historia de este bicentenario coso.
Es de destacar que abriesen el paseíllo los añorados alguaciles, que vuelven a Zalamea tras años de ausencia, así como la elegancia de las mujeres ataviadas con preciosas mantillas en el palco, ya que todos estos detalles le dan más prestancia al espectáculo y mantienen nuestra querida solera.
Una vez cambiado la seda por el percal, Dávila Miura (Azul marino y oro) comenzó su faena ante un toro abanto, sin fijeza al que tras el puyazo reglamentario realizo un quite por verónicas digno de mención. Con la muleta el torero lo intento, encelo al astado que siempre a media altura embestía sin trasmitir y con la zurda el toro vino a menos. Colocó un certero bajonazo, pero siempre bajonazo y se le pidieron y la presidencia concedió dos apéndices.
Con el cuarto el sevillano se encontró con el mejor toro de la tarde. Un toro pronto, con tranco y muy noble, al que supo entender a la perfección; comenzó la faena citando al toro con la diestra desde largo y lo llevo embebido en la franela, ya que este repetía incansable con ganas de comerse la tela. Toreó cruzado y ligado en su última actuación en la provincia de Huelva, consiguiendo plasmar naturales de gran plasticidad aunque con poca hondura. En la suerte suprema tras una estocada caída, dos descabellos y un aviso fue premiado con una oreja. Dávila toreo bien en Zalamea ante su próxima retirada del toreo el 12 de octubre en la Maestranza Sevillana, mandó y templó pero quizás le falto sentimiento.

El segundo diestro, José Mari Manzanares (Turquesa y oro con remates en blanco) vino a Zalamea a realizar el toreo que este año esta derrochando, ese toreo serio con hondura, gusto, empaque y torería al que el alicantino a decir verdad no nos tenia acostumbrados, y claro esta, es el que le proporciona éxitos en las plazas más importantes de España.
En el primero de su lote, un toro serio y bien puesto poco pudo hacer el diestro ante las complicaciones de su oponente, lo intento y aún así saco trazos de gran profundidad; faena de poca emoción pero de gran calado para el aficionado, ya que en las manos de este joven José Mari no se vieron las dificultades de un toro que derrotaba arriba y pasaba en su embestida sin codicia alguna. De un espectacular volapié y como se debe de hacer siempre por derecho, hizo rodar al astado otorgándosele dos orejas.
El quinto mostró más fijeza desde la salida y Manzanares vino a triunfar y triunfó, ya que tras una buena brega de su banderillero Manuel Rodríguez “El Mangui”, cogió los trastos y encandilo con la derecha con ligazón, cruzándose al pitón contrario y olvidando ese toreo rectilíneo que le caracterizaba.
Fue una faena de naturales preciosos y bellísimos pases de pechos como deben de ser, al hombro contrario; también dibujó mágicas trincherillas y pases de la firma todo un lujo para los sentidos con el toreo más hondo que hace de él un torero nuevo, con proyección de verdadera figura. El toreo de sentimiento es el que fomenta la afición, el arte en estado puro y hacen de la fiesta lo que es, algo mágicamente estético.
Con la zurda llevo planchada la muleta sin ayuda y consiguió rematar la faena propinándole al noble toro jiennense una estocada que le valió para pasear dos trofeos.
Rematadísima actuación de Manzanares, que hizo el toreo en su justa medida, mostrando despaciosidad, buenos toreos en redondo, torería en sus trazos, naturales de mucha profundidad y certeras estocadas.

El tercer espada mostró su corte y concepto de toreo en sus dos oponentes. Eduardo Gallo (Malva y oro con remates en blanco) bordó el toreo en toda su extensión, con el capote dibujó preciosas verónicas a pies juntos con las que consiguió parar a su primero que al igual que sus hermanos salía suelto del tercio de varas.
En el último tercio, el diestro salmantino mimó la embestida del tercer toro, que no dejo de hacer amagos de rajarse. Gallo toreo gustándose, llegando al toreo más puro y ligado con la zurda componiendo naturales de hondura que remato con sendos circulares invertidos y garbosas trincherillas; terminó con una tanda de pases a pies juntos que gusto mucho al respetable. A la hora de matar cuadró, se colocó y mató con estocada hasta los gavilanes que le hizo pasear las dos orejas y el rabo por el anillo del coso Zalameño. La presidencia concedió la vuelta al toro que se arrastró entre división de opiniones, ya que el toro según la mayoría no era merecedor de esta, pero el asesor taurino usando el poder de la presidencia la concedió.
Esta vuelta hace olvidar al gran cuarto toro y al buen sexto por el pitón derecho.
Con el último astado llego lo más destacado de la tarde, Eduardo Gallo desplegó su particular abanico de sentidos y encandilo a la afición zalamera con su toreo de rectitud, quietud, ligazón y sobre todo naturalidad delante de la cara del animal. Durante la lidia destacar al banderillero Domingo Siro que colocó un gran par, cuadrando en la cara del animal lo que le llevo a saludar desde el tercio.
Una vez montera en mano, el salmantino se dirigió al diestro sevillano Dávila Miura para brindarle, quizás el último toro como compañero de terna.
Estuvo centrado Gallo y cuajo grandes tandas de derechazos de buena profundidad ante un toro que embestía pronto y con clase por el pitón derecho; cambiándose de mano consiguió la naturalidad de un buen natural y con la rectitud y porte característico hizo vibrar al tendido. Una vez con la espada de verdad, hizo llegar el sabio silencio, no maestrante, zalameño para que el joven matador toreara al natural con la hondura y el empaque de un gran torero. Mató de certera estocada y toco pelo con dos orejas. Zalamea disfruto mucho con este torero y comprobó que aquel dicho popular salmantino que comenta que Salamanca es Arte, Saber y Toros no es para menos.
Al finalizar el festejo se vivió otro momento inenarrable cuando los tres toreros, junto con el mayoral de Guadalmena salieron a hombros entre palmas y vítores del respetable, que sin moverse de sus localidades y puesto en pie, pensaban que lo que allí se estaba viviendo no se debería jamás de haber perdido.
Ahora toca hacer balance, comprobar los detalles que hacen que la fiesta nacional luzca en nuestro pueblo con todo su esplendor, crear festejos rematados y por supuesto hacerlos respetar. Por parte los aficionados debemos de respetar los carteles, seguir creando ambiente y ese inigualable sabor taurino, e intentar de no levantar rumores absurdos de los cuales la mayor perdedora es la solera de nuestra plaza de toros.

Eduardo Vázquez Zarza