Empezó el festejo con la baja por lesión de muñeca izquierda de Manuel Fernández Mazzantini, el cual fue sustituido por Juan Carrasco “El Bache” natural de Jerez de los Caballeros, convirtiéndose en un mano a mano entre este novillero y el anunciado Alejandro Peña dispuestos a torear un bien presentado encierro de Javier Pérez-Tabernero Sánchez.
El paseíllo eliminó toda clase de ilusiones al comprobar que solo una cuadrilla junto a los dos matadores, es decir cinco hombres se disponían a lidiar el encierro sin ánimo, con suma desgana que rápidamente hizo que el tedio se apoderara de un cuarto de plaza que allí estábamos presentes. Nada digno de mención, todo vano de ilusión, de ganas, de torería y de fundamentos de tauromaquia. Los toreros no tuvieron recursos para salir airosos del buen son de los novillos, que prácticamente llevaban el orden de la lidia, es decir se hacía lo que el toro quería, ni más ni menos y mejor no hablemos del tercio de banderillas ya que los tres subalternos actuantes, solo tres, con un miedo atónito y con más pinta de aficionados que de toreros, no conseguían clavar ni tres banderillas en un mismo novillo; llegando el presidente a cambiar el tercio con un solo palo, tras mil y un intento. El sabio público vio como sus ilusiones de ver un festejo entretenido y serio, no más, se vieron desvanecidas al primer toque de clarín.
Lamentable espectáculo el vivido en Zalamea, digno de ser olvidado cuanto antes de la memoria del buen aficionado, pero no olvidado por la empresa y colaboradores que deben hacer que estos penosos festejos dejen de celebrarse, no solo en Zalamea, sino en cualquier plaza de toros.
Eduardo Vázquez Zarza