miércoles, 18 de marzo de 2009

Buena iniciativa, aunque ¿fiable?

Se dice que en tiempos, la Península Ibérica era un inmenso bosque, y que una ardilla podía atravesarla sin tocar el suelo; se han talado tantos árboles, por ejemplo para carreteras, y en muchos casos con trazados que luego tienen que ser corregidos, que eso ya es historia….

La empresa encargada de las obras de ampliación de la carretera, una subcontrata de la Junta, tiene autorización para talar y trasplantar todos los árboles que sean necesarios; y el punto conocido por la “curva de El Vaquillo” es el sitio elegido para corregir un desafortunado trazado de la N-435 causante de muchos accidentes. Al paso por este tramo, podemos ver como una multitud de encinas están siendo podadas y desenterradas en el margen derecho de la carretera. La idea es reasentarlas a otros lugares, por lo que el proceso está siendo más que laborioso y costoso. Antes de desprenderlas del suelo, las cepas son descubiertas para rellenarlas de cal, de esta manera conservan la tierra y la humedad para que luego puedan ser replantadas en un tiempo prudencial. Esta medida merece considerarla como generosa para el medio natural, pero estamos hablando de encinas centenarias con un índice de supervivencia, en estos casos, casi nula; más aún tras el estrés que están sufriendo por los años de plagas y enfermedades.

Habría que estudiar bien los trayectos para que no se tenga que recurrir a estos trabajos extras que, aparte del daño ecológico, elevan de sobremanera el presupuesto de los proyectos. El término de Zalamea, tras esta intervención en la N-435, pronto será sometido a otro proyecto de mayor envergadura con el trazado de la autopista; por lo que habrá que hilar fino en el estudio.

Merece la pena recordar la sentencia que dictó Felipe II sobre un contencioso que hubo por el aprovechamiento de las encinas, entre San Sebastián de los Reyes y Alcobendas:

“Sólo se cortarán las encinas y árboles secos y reviejos e inútiles que, en ninguna manera y que en ningún tiempo pudieran tener hojas o frutos, y sólo con la licencia expresa del Rey”.

Y esto ocurrió en el siglo XVI, cuando todo era un inmenso encinar. Si ahora este rey levantase la cabeza vería las pocas encinas que ya quedan por estos parajes.