Los ornatos vistosos y alegres del esplendor de la estación, enguachinados, no exaltan erguidos bramando su vigorosidad en los atisbos del ardor estival. Un manto gris plomizo, propio del mes de octubre, cubre las dehesas, sembrados, corralas y majadas. El aire se condensa, la oscuridad se cierne sobre el verde como presagio del suceso; poco antes, el ganado, parado, olisqueaba en las altanerías la exhalación de poniente. Llueve con fuerza, y las golondrinas, alegría del azul Picasso, recuerdan con el gris perla a su Príncipe triste y olvidado. Silencio…ha dejado de llover, en la lejanía un murmullo se hace notar de forma incesante. Allí abajo, en el “Barranco de la Cierva” suena la corrientilla del viejo riachuelo haciéndose paso entre las piedras amontonadas. Hipnotizado y calado me siento en el “Risco Gordo” y contemplo la hermosura que me rodea.
...a Francisco
...a Francisco