Recuerdo el pasado con alegría y, a la vez, con tristeza porque faltan muchas de las que nos sentábamos al fresco.
Cuando por la noche nos sentábamos al fresco todas las vecinas nos contábamos las cosas que nos habían pasado, nos reíamos muchísimo. Nos sentábamos en medio de la calle, ya que no había coches pasando cada “dos por tres”, bueno si había tres, de Don Marcelino, Don Rafael y el de Juan, pero por mi calle no pasaba ninguno. Más tarde se unía Pastor, que como tenía muy buenos golpes nos hartábamos de reír, contaba cada chiste…
Los chiquillos corriendo, jugando a piola, a dar pincanillas, haciendo travesuras,… cosas de los críos; era algo habitual todas las noches.
Los sábados nos quedábamos más tranquilas, dos de las vecinas se iban al Jaime y se llevaban a sus hijos, al mío y a toda la trupe de chiquillos. Después venían contando como lo habían pasado, se sentaban en las gradas, a las que le decían el gallinero. Cuando ellos veían que los malos iban ganando se ponían a silbar y cuando ganaban los buenos todos se ponían a zapatear en las gradas, formaban el “san quintín padre”.
Nuestros hombres se levantaban a las cuatro de la mañana para irse al trabajo (figúrate como les sentaba el verano).
Cuando vinieron los televisores figúrate, Cruz compró uno y su casa se llenaba, lo ponía mirando al patio y algunos mayores nos llevábamos la silla para poder verla. El día que había toros no se podía coger un sitio en la puerta, se llenaba, el pasillo parecía una comedia. Después yo compré otro y también se llenaba la casa, aunque repartiéndose entre las dos casas ya se podía estar más cómodo. Algunas veces teníamos que cenar en la cocina porque en el comedor no cabíamos, pero que bien nos lo pasábamos. Las vecinas éramos como hermanas, nos ayudábamos unas a otras, hoy la vida es diferente.
Francisca Ramírez García
Cuando por la noche nos sentábamos al fresco todas las vecinas nos contábamos las cosas que nos habían pasado, nos reíamos muchísimo. Nos sentábamos en medio de la calle, ya que no había coches pasando cada “dos por tres”, bueno si había tres, de Don Marcelino, Don Rafael y el de Juan, pero por mi calle no pasaba ninguno. Más tarde se unía Pastor, que como tenía muy buenos golpes nos hartábamos de reír, contaba cada chiste…
Los chiquillos corriendo, jugando a piola, a dar pincanillas, haciendo travesuras,… cosas de los críos; era algo habitual todas las noches.
Los sábados nos quedábamos más tranquilas, dos de las vecinas se iban al Jaime y se llevaban a sus hijos, al mío y a toda la trupe de chiquillos. Después venían contando como lo habían pasado, se sentaban en las gradas, a las que le decían el gallinero. Cuando ellos veían que los malos iban ganando se ponían a silbar y cuando ganaban los buenos todos se ponían a zapatear en las gradas, formaban el “san quintín padre”.
Nuestros hombres se levantaban a las cuatro de la mañana para irse al trabajo (figúrate como les sentaba el verano).
Cuando vinieron los televisores figúrate, Cruz compró uno y su casa se llenaba, lo ponía mirando al patio y algunos mayores nos llevábamos la silla para poder verla. El día que había toros no se podía coger un sitio en la puerta, se llenaba, el pasillo parecía una comedia. Después yo compré otro y también se llenaba la casa, aunque repartiéndose entre las dos casas ya se podía estar más cómodo. Algunas veces teníamos que cenar en la cocina porque en el comedor no cabíamos, pero que bien nos lo pasábamos. Las vecinas éramos como hermanas, nos ayudábamos unas a otras, hoy la vida es diferente.
Francisca Ramírez García