lunes, 23 de abril de 2007

Historia de un hallazgo

El otro día, mi niño, mi hijo Carlos llegó muy sofocado a casa de Manolo Aletta, donde andábamos, pues eso, compartiendo unas palabrillas, unos vinillos y unas tapillas, y como sabe demás que su padre no tiene ni idea de setas, gurumelos y otras, sofocado como digo, se dirigió a su tio Lázaro y le dijo que había encontrado un pedazo de seta, que le parecía que era un gurumelo. Evidentemente, y dada la situación, poco o ningún caso se le hizo al pobre niño, unos dijimos que era un peo de lobo y otros que sería cualquier otra cosa, pero no un gurumelo, en el Romerito y en las fechas en las que estábamos. Los hijos de Manolo son también, como su padre, aficionados a eso de las setas y se fueron con Carlos a ver su hallazgo.

El tiempo pasó, las tapitas, los vinitos... y de pronto un gran rebulicio de niños entraron con Carlos en la casa, casi en procesión. Cual es la sorpresa de todos los mayores, madres y padres cuando Carlos nos enseña la panocha de gurumelo que traía como si fuera un preciado tesoro que él sólo había descubierto y que nos había ofrecido y que no habíamos querido.

Una panocha grande, fresca, abierta, preciosa. No la pesamos pero calculo que trescientos o cuatrocientos gramos. Ahora viene donde los mayores se vuelcan en elogios hacia el niño y hacia la seta y se arrepienten de no haberle hecho caso y ver semejante maravilla en su lugar natural y por si acaso dar una vuelta para buscar los compañeros.

El gurumelo y el niño, antes de irnos a Huelva recorrió media Zalamea para que todo el mundo lo viera. Y yo como padre orgulloso y en vista de la sequía gurumelera que hay y por aquello que es costumbre publicar la foto del gurumelo más grande encontrado, aunque este no lo sea, aquí mando la foto de Carlos Agudo y su gurumelo.

Por cierto, estaba riquísimo en una fritada.
Fco. Javier Agudo