miércoles, 16 de agosto de 2006

Tomar el fresco

Viendo estos días atrás la tele” y preguntada la gente por el cómo llevaban estos días de calor, especialmente las noches, su contestación era “tomando la fresca”.

Me vino entonces a la memoria aquellas noches de canículas veraniegas, de otros años muy atrás, en los que ni televisión ni otros artilugios entretenían en estas noches a los niños. Como podíamos , íbamos echando atrás noche tras noche jugando a “hilo negro”, “levanto el mollero”, “allá va mi gavilán” “ocupemos las calles”… todos eran juegos que había que hacerlos por la noche, ya que nos teníamos que esconder y en la oscuridad era mas difícil encontrar a los participantes. Eran unos tiempos de ir saliendo de la penuria en que nos teníamos que desenvolver, por las causas que ya conocemos de tiempos de posguerra, y por ello la luz, por ejemplo no la disfrutábamos todo el día sino unas horas solamente y la del alumbrado público tan sólo desde que se hacía oscuro hasta unas horas de la madrugada. Por ello nuestras madres nos dejaban estar en la calle hasta que se encendiera la luz. Después de cenar, algo que había que hacer todos juntos, en familia, ya que era la única comida en la que el padre se sentaba a la mesa con todos los miembros de ésta, ya que la de mediodía la hacía en la mina, como casi todos los padres. Después de cenar “a jugar al paseo redondo o a la puerta de la Iglesia” al “venga revenga…”, hasta que dieran las doce, así tomábamos el fresco, luego había que “enfriarse” ya en la puerta de casa con la familia sentados en el suelo después de haberle dado un buen rebajón al “pimporro”.

Os preguntareis que cómo lo sobrellevaban las personas mayores. Era muy bonito pasar por las calles y grupos de vecinos sentados en la puerta de las casas con sus sillitas bajas o taburetes de corcho en animada conversación y, golpes de abanico aquí y allá. Los golpes de abanico no eran todos iguales, según la intensidad se sabía su estado civil y si querían mandar algún recado a la concurrencia masculina. Junto a ellos el socorrido “pimporro” que a lo largo de la velada había que ir rellenando ya que a veces los paseantes noctámbulos se paraban a “echar una hebra” y con la cháchara se le secaba la garganta y la “singüeso”, aunque la mayor parte de las veces tan solo era para eso, para beber. Cuando alguien pasaba el saludo era “ea vamos” y contestaban “vamos allá”. Y así hasta que casi al alborear comenzaba a correr desde el lejano océano hasta la sierra lo que llamábamos la marea.

En relación a este “ea vamos” conozco una anécdota que no quiero dejar de escribirla. Casado que fue un señor de fuera de zalamea con una zalameña éste se sentaba todas las noches a la puerta de su casa para tomar el fresco. Hizo amistad conmigo y un buen día me dice; Pastor no entiendo a las gentes de tu pueblo. Cuando pasan por mi puerta me dicen “ea vamos”. Yo me levanto de mi asiento y me marcho tras de él. Una vez que hemos hecho un tramo de camino, en el que no me dirige la palabra, me tengo que volver porque se mete en una casa o se pone a hablar con alguna persona que encuentra en su camino. Entonces le aclaré lo concerniente al “ea vamos”. Él contestó, pues que me diga buenas noches que es lo correcto. “Formas de pensar y obrar”.
Pasados los años ya más mayores se “cogió” la costumbre de irse a la carretera a comerse una sandía y buscar unas ocasiones de divertirse y refocilarse en las cunetas. Ya hoy todo ha cambiado, aire acondicionado, televisión, botellón… bueno vayamos con los tiempos y… amen.

Pastor, en la Canícula del 2006.