En el capítulo anterior dejamos la manifestación formada por mineros y agricultores a la entrada del antiguo pueblo de Riotinto. Pues bien, previamente ambas partes se habían puesto de acuerdo en unir sus reivindicaciones y elegir una comisión que subiera al Ayuntamiento, en representación suya, a exponer sus demandas, que resumidamente eran las que siguen:
1ª. Que la Corporación municipal se reuniera en sesión extraordinaria
2ª. La prohibición de las calcinaciones al aire libre.
3ª. Que el Ayuntamiento influyera sobre el Director de las Minas para que las peticiones de los obreros fueran atendidas (Supresión de la peseta de contribución médica, reducción a nueve horas del horario laboral y mejoras en las condiciones de trabajo).
La Comisión constituida estaba formada por Maximiliano Tornet, José María Ordóñez Rincón, José Lorenzo Serrano, José González Domínguez y Juan Antonio López.
En un principio se acordó que el grueso de la manifestación permaneciera en El Valle hasta conocer el resultado de las gestiones de la comisión, pero lo cierto es que los manifestantes siguieron a ésta y entraron en Riotinto, con la banda de música de Zalamea a la cabeza, y se situaron en la plaza de la Constitución frente al Ayuntamiento, donde les aguardaba otro número elevado de mineros. Serían aproximadamente las 2 del mediodía. Según algunos datos los manifestantes eran alrededor de 8.000 personas, otras fuentes apuntan a que superaban las 12.000, en cualquier caso era una manifestación bastante multitudinaria para la época. Algunas referencias nos dicen que en Zalamea sólo quedaron los enfermos o personas imposibilitadas físicamente. Entre los manifestantes había mujeres y niños de todas las edades, lo que constituye una prueba más del carácter pacífico de la manifestación.
La comisión referida subió a los altos del Ayuntamiento para pedir al alcalde de Riotinto, Don Manuel Mora, que se reuniera la corporación en sesión extraordinaria. Éste accedió pues conocía la inminente llegada del gobernador con la tropa; pretendiendo quizá ganar tiempo de esta manera. Éste les pidió a los miembros de la Comisión que esperasen fuera de la sala de Juntas. Entretanto, en la calle, la muchedumbre, animada por la banda de música, coreaba sus reivindicaciones de manera alegre y pacífica.
El alcalde y los concejales son presionados para que la sesión fuera pública con el fin de que los representantes de la manifestación pudieran asistir a ella, pero a través de un municipal se les comunicó que tuviesen paciencia, que el Ayuntamiento estaba ya deliberando.
Alrededor de las 3,30 llegó el gobernador, Sr. Bravo y Joven, junto al destacamento del regimiento de Pavía que procedió inmediatamente a situarse ante las puertas del Ayuntamiento. Las fuerzas del orden que hay ya en Riotinto son ya considerables: alrededor de varias decenas de Guardias Civiles, un escuadrón de caballería y el destacamento de soldados que acababa de llegar. El gobernador y las fuerzas del orden fueron recibidos con “Vivas” y aplausos por los manifestantes que o bien creen ingenuamente que su presencia va a contribuir a solucionar el asunto o bien quieren resaltar el sentido pacífico de la manifestación. El gobernador y el Teniente coronel suben a los altos del Ayuntamiento e inmediatamente recibe a la Comisión de Zalamea
Es significativo un hecho que ocurre en estos momentos y es que los dos terratenientes, Lorenzo Serrano y Ordóñez, abandonan el edificio y regresan a Zalamea. ¿Qué pudo ocurrir a la llegada de la máxima autoridad provincial para que estas dos personas decidieran ausentarse? Tiempo tendremos más adelante para analizar las razones. El gobernador, desde su llegada, adopta una actitud de fuerza e intransigente, concluyendo que el Ayuntamiento no podía tomar el acuerdo de prohibir las calcinaciones, y que si lo tomaba él lo anularía inmediatamente, como ya lo había hecho antes con el de Alosno y ordenó a los miembros de la comisión que disolvieran inmediatamente la manifestación. Juan Antonio López discute con él sobre las razones que había para prohibir las teleras y ante la imposibilidad de convencerlo le ruega salga al balcón y tranquilice a los manifestantes que ya habían comenzado a impacientarse ante la falta de noticias. El gobernador así lo hace pero de una manera taxativa y amenazante, increpando a los allí presentes para que regresen a sus casas. Después de él salió al balcón el teniente coronel de ejército, Ulpiano Sánchez, que ordena a la muchedumbre se disuelva, afirmando que si no es así se vería obligado a hacer uso de la fuerza. En ese momento los testimonios coinciden en que hubo alguien que desde la acera izquierda de la plaza pronunció unas palabras confusas que algunos interpretaron como “nosotros también tenemos fuerza” o “nosotros también tenemos armas” y otros que la palabra dicha era “alma”. El caso fue que, sin que haya podido aclararse quien dio directamente la orden, la caballería se retiró de la plaza, los soldados se echaron los fusiles a la cara y abrieron fuego contra los manifestantes.
Eran aproximadamente las 4,30 de la tarde del sábado 4 de Febrero de 1888. La multitud huyó horrorizada tratando de encontrar una salida por las calles aledañas, arrasándolo todo y pisando a los que caían al suelo; algunos quisieron volver a buscar a familiares o amigos pero una carga con bayoneta se lo impidió. Al cabo de quince minutos la Plaza de la Constitución del pueblo de Minas de Riotinto estaba desierta. El suelo quedó sembrado de muertos y heridos.
Foto: Imagen de la época en la que se aprecia una vista de la Plaza de la Constitución de Riotinto y la calle que baja hasta ella tomada desde el balcón del Ayuntamiento.
Manuel Domínguez Cornejo y Antonio Domínguez Pérez de León