Esta tarde, paseando con las prisas por el centro de Zalamea, un viejo aroma me hizo detenerme en seco: olía a castañas asadas. Naturalmente, compré un cucurucho de castañas, que cumplieron una doble misión: devolverme uno de los más gratos sabores de la niñez y compartir con mi pareja este añejo recuerdo en un día tan especial, que nos hizo, por un momento, celebradlo de una forma distinta…más personal, y gracias a este castañero en forma de celestino.
Al servirme las ardientes castañas en un cucurucho de papel de estraza, me comentó que hacía siete años que no venía a Zalamea. Por aquel entonces se ponía junto al Bar Gonzalo, y hoy tras pasar la mañana en Santa Eulalia se ha querido acercar a nuestro pueblo para vender sus castañas.
Asadas en estos viejos artilugios alimentados con carbón vegetal, es como están buenas. Pueden, cómo no, asarse castañas en casa, en el horno, con la única precaución de hacerles un corte en la piel exterior para que no estallen; pero nada les da el sabor y el aspecto que tienen las asadas en la clásica placa de hierro agujereada... Un sabor que, además, es el natural: las castañas asadas no llevan más ingrediente que ellas mismas... y están buenísimas.