viernes, 22 de septiembre de 2006

El cachito de pan

Es posible que a algunos de lo que lean este pequeño artículo ésto le suene a exageración por lo que significa y expresa, mas a otros muchos estoy seguro que si les recordará hechos que han pasado, pero que están en nuestras memorias. ¡Joder con la memoria! Memorias de setentones que, aunque vivimos unas épocas unas veces mejores y otras menos mejores o, mejor decirlo de tirón, peores, no estamos ni traumatizados ni leche migá, como dicen ahora los “pichicólogos” que a los niños hay que darles lo que pidan porque se traumatizan y no se les puede regañar ni amenazarles con castigos sicológicos, porque sus mentes se estropean, ¿se estropean? Un … –eso que algunas veces pongo que dice mi hijo- para esas personas que se amparan en el sicólogo porque no tienen las suficientes … razones, por no poner en masculino lo que rima con razones, para decirle al señor sicólogo que algo habrá que hacer, menos transigir con las leches de los traumas.
Fuimos una generación en la que todo o era pecado, o esta malo, o hacía daño. Y tuvimos unos maestros que nos enseñaban todo, ¡sí!, todo lo que sabían, hasta a pasar hambre y, algunas veces para poder parar a esas masas de niños que estábamos deseando que dieran las doce para salir corriendo en busca de algo que meter por debajo de la nariz, y hacer que las mandíbulas se pusieran a triturar lo que hubiera, desde sopa de bellotas hasta guiso de castañas, para qué seguir contando el menú del día…. se veían obligados a hacer uso, que no abuso, de la malhadada regla, ¡coño! ninguno murió de una paliza, ni tuvieron que llevarlo a tratamiento sicológico, tan solo su padre le razonaba, ¡le razonaba! ¡¡seis días sin salir por tal o cual cosa!! ¡qué buenos sicólogos eran nuestros padres- ahora yo tendría que escribir padras ¿no? Con la “tontera” de JOVENES Y JOVENAS.
Y os estaréis preguntando ¿a qué coño viene tanto circunloquio, a lo que no le encuentro pie? Pues ahí va a lo que quiero llegar y para ello te he ido enfadando para que lo cojas y lo asimiles con más afán.
Yo creía que tan solo en nuestra cuenca minera había la costumbre, por parte de los padres, de guardar de su comida diaria un trocito de pan y, a veces de cualquier otra cosa de la comida que sus mujeres, nuestras madres le echaban en el canasto.
Si el viento estaba solano oíamos el pitido del tren que llegaba, creo a las cinco, y allá salíamos los chiquillos a esperar a nuestro padre, yo a la calleja del huerto y, allí esperaba sentado en la linde de los olivos hasta que aparecía por las cocheras de Dabrio. Cogía el canasto y corría como alma que lleva el Diablo –escribo diablo con mayúscula porque es amigo mío – hasta llegar a casa donde abría con frenesí su tapadera hasta encontrar el ansiado trocito de pan y el poquito de lo que fuera, que con fruición comía como si fuera algún manjar del festín de Baltasar. Estoy casi seguro que casi todos habréis dicho “chorradas de este pureta, que parece que sólo vive de los recuerdos”. Pues si, vivo de MIS recuerdos y porque son míos los quiero dar a conocer para que cuando vengan las vacas flacas no os cojan de susto, y tendréis que decir “releches” el pureta tenía razón. Yo lo oiré desde donde, para mi Dios, me haya querido mandar; creo que al Cielo porque tan malo me parece que no he sido, salvo mis escarceos con los entes religiosos y políticos, ¿o… si?

Pastor, en Septiembre del 2006.