Hacía ya un rato que la luna había emprendido su periplo por el etéreo azul del cielo; pasó la Encina de la Loca, donde los enamorados se dicen palabras y hacen promesas de amor eterno, y se encaminaba hacia el agreste cabezo que precede la entrada a Calañas, El Morante. Aquella argenta luna, que aspiraba, en su cuarto creciente, en convertirse en dueña de la noche, había sobrepasado la rivera y dejado atrás el charco de las yeguas, subía por la ladera de los campos de El Villar desparramando su aun incipiente luz, cuando haciendo un alto se dijo: Qué ocurre allá abajo, ¡ah! Cómo no he caído en la cuenta, es Santa Marina.
Santa Marina…. “La Santa” para los amigos, hoy se le ha empezada a llamar “La Gallega”. Cómo habrán ido este año las cosas, y se dedicó a pasear por las medio iluminadas calles con las orejas atentas a los comentarios.
“Pos este año menos mal que este grupo se ha hecho cargo de la mayordomía porque si no….”
La juventud, esa en la que siempre puse mi voto de confianza había dado el paso adelante y había dicho ¡no podemos, a nuestros antepasados, hacerles esta faena! Y la Santa, ya en noche cerrada arrancaba a recorrer las casas de sus hijos de El Villar para “contar”… quién falta este año.
Y ya lo creo que faltaban. Faltaban aquí en la tierra, porque desde los balcones del cielo estaban viendo recorrer sus calles a sus hijos, nietos, amigos y seres queridos.
Iba de puerta en puerta saludando toda ufana, orgullosa de sus hijos, y lanzaba una mirada de soslayo hacia las puertas que permanecían cerradas. ¿Motivos? Sólo Ella y los convecinos lo saben.
De pronto, pocas puertas después de empezar su paseo de saludo, se veía, entre dos puertas iluminadas una puerta cerrada. ¿De quién es la casa? La luna vio que en aquel momento su dueño era un perro, que echada su cabeza sobre las patas delanteras al pasar la Santa la levantó y la saludó, parecía que tenía los ojos encharcados de lágrimas. ¿Fidelidad a unos dueños ausentes? Luego agachó otra vez la cabeza sobre sus manos y allí quedó estoico con los ojos cerrados, intuyendo a las gentes que acompañaban a la procesión y oyendo los cánticos del Dios te salve María de la banda de música.
La Santa hizo un giro de su cabeza, imperceptible para todas las personas que la acompañaban, y le mandó la bendición para sus dueños, tanto si estaban en la tierra como si ya estaban junto a Ella gozando de la gloria del Padre.
Avanzó la procesión, pasó El Coso, donde tantas emulaciones se hicieron del arte de Cúchares, y llegó frente a la Iglesia Parroquial, porque esa es Iglesia Parroquial, no es capilla. Allí, amantes de recuperar tradiciones comenzaron el canto Gregoriano de las Letanías Lauretanas (algún día lograrán que se canten enteras y diremos, para quien no lo sepa, aunque está todo en internet, el por qué lo de Lauretanas) con acompañamiento de órgano. Precioso, un momento sublime para los amantes de costumbres y tradiciones.
Más adelante, intuyendo los hijos de La Santa que los malos espíritus andarían rondando aquellos espacios comenzaron a lanzar disparos de escopeta hacia el sereno cielo tachonado de estrellas. ¡Mira como en el Rocío Chico!, dijo alguien. No, en el Rocío Chico como en El Villar. Porque el Rocío Chico, que todo el mundo sabe por qué es, se comenzó a hacer en el 19 de Agosto del 1810, como dejó consignado el almonteño D. José Lagares en una Memoria.
Ya la Santa está en su casa, antes tenía su ermita a un tiro de piedra de El Villar, rodeada de campos y sonidos del campo (valga la redundancia) que es donde se escucha la mejor música…… música de la naturaleza, y sus hijos la depositan con cariño y con nostalgia de tener que esperar un año para volverla a ver “contando”, cual pastora, a sus ovejas.
La luna siguió su marcha, y se empezó a esconder entre algunas guedejas que rodeaban El Morante. Se hizo noche cerrada, y los grillos, en las huertas comenzaron su monótono canto de amor para su pareja. Pasó Santa Marina, y mañana los pastores podrán dejar tranquilos sus rebaños, sin temor, para celebrar el Día del Lobo.
Pastor, Santa Marina del 2011.