Durante muchos años, nunca fui invitado a poner mi escrito en la revista de Feria de Zalamea. Sí, cuando se fue a empezar a hacer el pantano, que ahora está inutilizado, se colocó una foto hecha por mí, en la portada, era una retroexcavadora, aunque firmada por otra persona, ya que el trabajo lo hice para él, que era mi amigo.
A partir de ahí nunca se me pidió colaboración, y lo veía muy bien, ya que había mejores plumas que la mía, y ahí debe ir lo mejor, aunque a muchos nos guste plasmar allí nuestros escritos.
Cuando alcanzó I.U., tiempos atrás, la dirección del Excmo. Ayuntamiento aquel año me encontré la gran sorpresa de la invitación para enviar un artículo, y así fue durante aquella legislatura y las siguientes del P.S.O.E., más este año creyendo que me enviarían la invitación tenía preparado mi escrito,… y como escrito está, y se trata de nuestra feria y de un personaje muy querido por las generaciones que tuvimos el honor y el gozo de conocer, y máxime de pertenecer al grupo de sus amigos (aunque creo que todo el pueblo lo era), no puedo, ni quiero se deje en el archivo de los no publicados.
He hecho gestiones de si había sido invitado y me encuentro con la sorpresa de que sí, sí he sido invitado ….. pero no ha llegado la carta, tiempo habrá de conocer las causas, aunque es la segunda que se pierde en cosas con las que estoy relacionado.
Así que envío el articulillo contando con el beneplácito de los periódicos a los que lo mando, gracias.
-. ¿Quién fue Bernardino? ¿Qué quién fue Bernardino? Yo voy a relatar como mejor me dé Dios a entender y hacer, cómo lo conocí, y cómo lo conocimos muchos de los que nos teníamos que desplazar a Rio Tinto siendo estudiantes.
Aquel tren de Rio-Tinto que se encargaba de traer y llevar a los trabajadores de las minas, y a personas que tenían necesidad de desplazarse a alguno de los pueblos que enlazaba con Zalamea. Este tren llegaba a nuestro pueblo, creo eran tres veces al día,… cuando terminaban los relevos. Aunque había en ferias, y casos excepcionales, trenes de los llamados especiales.
Como el viaje costaba una perra gorda para los trabajadores de la Compañía, y una peseta para los particulares….. pues aquí estaba el problema; con los billetes de perra gorda no nos dejaban pasar los revisores que picaban los billetes, y peseta… no había, pues….. nos íbamos andando hasta Rio-Tinto, (antes El Valle). Después de recibir las clases nos veníamos a la estación, para a la salida del paso a nivel que había en el cruce de Bella Vista echar una carrera y “asaltar” el tren como si bandoleros o bandidos de las películas fuéramos.
Achantados entre los matojos, las matas de paletosa que allí se criaban, y creo se crían, esperábamos con los libros debajo del brazo a que aquella humeante máquina comenzara a subir el repechillo que allí hay. ¡Ea ahí viene! Y allí llegaba bufando y rodeada de una aureola de humo, humo que también era vapor de agua, y exponiéndonos a quemarnos arrancábamos a correr emparejados con ella hasta que llegaba un vagón con puerta, por la que comenzábamos a subir sus escalerillas. Ya estábamos dentro, los trabajadores nos miraban y se sonreían; os preguntaréis de que se sonreían, si de nuestra aventura o de lo que se nos venía encima, cosa que nosotros desconocíamos, si éramos principiantes, y ellos, a los que ya les había ocurrido otra vez conocían y esperaban no ocurriera.
Se abrió la puerta que separaban los vagones (coches) y apareció la figura de aquel hombre, alto y fuerte, vestido de pana, con su gorra de vigilante y el “picabilletes” en la mano…. ¡billetes por favor!, ¡ay billetes por favor! Lo decía por cumplir, pues sabía que al menos tres o cuatro de aquellos viajeros no llevaban ninguno…. Así que en la próxima estación, El Campillo,…. abajo, y un pie detrás de otro hasta Zalamea.
Pero una de las veces al ponerse la máquina paralela a la carretera arrancamos a correr porque parecía que había reducido la velocidad y volvimos a subir; ya el revisor se había quedado en El Campillo. Llegamos a la plataforma que había antes de entrar, en el último vagón, donde iba el artilugio que a las órdenes del maquinista había que accionar para ayudar a frenar a la máquina al entrar en las estaciones o curvas algo peligrosas.
Al cabo de un rato llegó Bernardino, con aquel mostacho y la sonrisa franca de las personas que tienen su conciencia limpia. Sin más, comenzó a contarnos chistes y chascarrillos uno detrás de otro, no tenía fin aquella máquina de contar, y creo que a veces de inventar. Deduje que era el artífice de la frenada del tren. Llegamos a un acuerdo sobre cierto compromiso que teníamos que crear entre el grupo y él. Siempre que nos cogieran, cuando se frenara el tren a la salida de El Campillo y pudiéramos subir, nos teníamos que colocar cada uno en uno de los frenos y frenar en los sitios que él nos iba a enseñar, y así no tendría él que correr de vagón en vagón. Ya después de El Campillo nos reuniríamos en el último coche para seguir con los chascarrillos hasta la entrada en Zalamea, en ese momento nos iríamos todos a nuestros puestos y realizar la maniobra, esto había que hacerlo al llegar a la Estación Vieja.
Así, hasta que un día con las risas y el jolgorio se nos pasó la estación de El Buitrón, (nombre por el que también se conocía), y cuando echamos mano de los frenos estábamos ya en el puente…., los trabajadores asustados de que aquello no redujera la velocidad….., la máquina casi llega a los topes que había fuera de la estación.
Pasó el tiempo y volví a tener contacto con él cuando una de sus hijas casó con un muchacho de Rio-Tinto, con el que compartí Junta de Gobierno de la hermandad de nuestro Patrón, y hoy comparto la amistad que allí llegamos a hacer. Al empezar la obra de levantar la solería de la ermita fue uno más, a pesar de sus años, y además de hacernos ameno el trabajo cogía el pico o la pala y parecía que estaba zafreando.
Llegó su jubilación, y mataba el “gusanillo” de estar con la juventud, con la que se identificaba, poniéndose cada mañana de feria su bombín, se fabricaba una batuta y allá va cual director de orquesta a dirigir las dianas de su pueblo. Estoy seguro que cada año, desde que se marchó a dirigir los coros celestiales, baja en la mañana de feria y dirige la banda por las calles de su Zalamea.
Bernardino, los que tuvimos la suerte de conocerte, te enviamos un abrazo desde este mundo sin trenes que frenar ni luces de cambios de aguja.-
Pastor, en la feria del 2011.
Pero una de las veces al ponerse la máquina paralela a la carretera arrancamos a correr porque parecía que había reducido la velocidad y volvimos a subir; ya el revisor se había quedado en El Campillo. Llegamos a la plataforma que había antes de entrar, en el último vagón, donde iba el artilugio que a las órdenes del maquinista había que accionar para ayudar a frenar a la máquina al entrar en las estaciones o curvas algo peligrosas.
Al cabo de un rato llegó Bernardino, con aquel mostacho y la sonrisa franca de las personas que tienen su conciencia limpia. Sin más, comenzó a contarnos chistes y chascarrillos uno detrás de otro, no tenía fin aquella máquina de contar, y creo que a veces de inventar. Deduje que era el artífice de la frenada del tren. Llegamos a un acuerdo sobre cierto compromiso que teníamos que crear entre el grupo y él. Siempre que nos cogieran, cuando se frenara el tren a la salida de El Campillo y pudiéramos subir, nos teníamos que colocar cada uno en uno de los frenos y frenar en los sitios que él nos iba a enseñar, y así no tendría él que correr de vagón en vagón. Ya después de El Campillo nos reuniríamos en el último coche para seguir con los chascarrillos hasta la entrada en Zalamea, en ese momento nos iríamos todos a nuestros puestos y realizar la maniobra, esto había que hacerlo al llegar a la Estación Vieja.
Así, hasta que un día con las risas y el jolgorio se nos pasó la estación de El Buitrón, (nombre por el que también se conocía), y cuando echamos mano de los frenos estábamos ya en el puente…., los trabajadores asustados de que aquello no redujera la velocidad….., la máquina casi llega a los topes que había fuera de la estación.
Pasó el tiempo y volví a tener contacto con él cuando una de sus hijas casó con un muchacho de Rio-Tinto, con el que compartí Junta de Gobierno de la hermandad de nuestro Patrón, y hoy comparto la amistad que allí llegamos a hacer. Al empezar la obra de levantar la solería de la ermita fue uno más, a pesar de sus años, y además de hacernos ameno el trabajo cogía el pico o la pala y parecía que estaba zafreando.
Llegó su jubilación, y mataba el “gusanillo” de estar con la juventud, con la que se identificaba, poniéndose cada mañana de feria su bombín, se fabricaba una batuta y allá va cual director de orquesta a dirigir las dianas de su pueblo. Estoy seguro que cada año, desde que se marchó a dirigir los coros celestiales, baja en la mañana de feria y dirige la banda por las calles de su Zalamea.
Bernardino, los que tuvimos la suerte de conocerte, te enviamos un abrazo desde este mundo sin trenes que frenar ni luces de cambios de aguja.-
Pastor, en la feria del 2011.