lunes, 3 de febrero de 2014

GESTO DE HUMANIDAD

Pasadas las fechas navideñas, unas fiestas familiares, donde resaltamos el valor de la familia, la unión, la compañía, el respeto, la solidaridad…, muchas veces nos olvidamos del calor que ésta proporciona cuando, por circunstancias de la vida, alguien te falta o, simplemente vienes a este mundo sin saber la razón de tú existir o el por qué de tu situación.

Hoy día, en este mundo desigual, loco e incluso sin sensibilidad y compasión, son muchos los niños que añoran el sentir de una familia o la composición de ésta, quedando relegados al vaivén de la vida buscando el cobijo de alguien que lo quiera y ayude.

A lo largo de la vida, todos hablamos, discutimos e incluso aconsejamos sobre algún tema cotidiano de especial relevancia, pero muy pocas veces se habla de aspectos tan importantes en el devenir de nuestro pasado, presente y futuro, como pueden ser los valores de la familia, establecidos como normas o ideales que se adoptan de acuerdo para vivir y constituidos para sentar las bases de cómo construirla. Por ejemplo, ser generoso no sólo significa dar dinero a alguien que lo necesita. Dar sin pensar es un valor muy importante y trascendental, puesto que de esta forma altruista se tiende la mano a alguien o incluso, se piensa más en lo que la gente quiere o necesita. En la generosidad también puede ir incluida el tiempo, el amor y la dedicación a los demás, a aquel que carece de todos y cada uno de los valores que componen o deben componer su inexistente familia.

Y aquí, es dónde otorga importancia mi escrito. No siempre es tu mejor familia la que te pare, la que te da la vida, sino aquella que te acoge como si fueras suya y te cede ese espacio, sitio dentro del seno familiar. Somos nosotros los que debemos mirar por los demás, por ti, por mí, por él, por ellos. Se abren las puertas de casas y familias a niños que transitoriamente atraviesan situaciones difíciles de su vida, concediéndoles lo que su familia biológica no le puede dar, aspectos tales como brindarles afecto, crecer y progresar dentro de un familia, desarrollar relaciones padres-hijos, hijos-hermanos,….En definitiva, es un gesto de amor gratuito.
Pero nuestra primera exclamación siempre es:¡¡¡¡ qué pena cuando se vaya¡¡¡¡. No cabe la menor duda que cuando se sufre una pérdida, deja un vacío enorme, difícil de gestionar, aún sabiendo que forma parte de esta labor social, sin embargo hay algo inmaterial que anima, consuela y fortalece, verlos sonreir, escuchar palabras de afecto, un beso, un abrazo…. Ese es el objetivo y la mejor recompensa.

Esta obra de caridad de las familias acogedoras empiezan a ser una responsabilidad ilimitada en el tiempo, de compromiso, incluso también para las personas que nos encontramos con éstas, porque no sólo nos genera inquietud o asombro, sino que desencadena una experiencia de caridad antes desapercibida, haciendo resaltar aquellos valores subestimados tan importantes como puede ser el crecer y prosperar dentro de una unidad familiar biológica.
Todos debemos llevar dentro y valorar este  gesto como un guiño de humanidad con el prójimo.

MOISÉS DELGADO LANCHA


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