Prácticamente
expiraba ya el mes de julio cuando saltaba la noticia: “la Unión de toreros
y la Unión de banderilleros han convocado una huelga en un total de 41 plazas
españolas que adeudan pagos a distintos profesionales del sector, y entre ellas
está la de Zalamea la Real”. A los pocos días la mala nueva corría
rápidamente de boca en boca, muy especialmente entre los aficionados zalameños.
Algunos de ellos sabían que desde hace algún tiempo las dificultades para encontrar
un empresario dispuesto a hacerse con la gestión de la plaza venían
incrementándose; otros intuían que las sociedades que en los últimos años se habían
hecho cargo de la celebración de los festejos tal vez no eran las mejores que
podían encontrarse. En cualquiera de ambos casos, sin embargo, la noticia de
que la plaza de toros de Zalamea la Real se encuentra en esa especie de lista
negra y, en consecuencia, puede quedarse este año sin la celebración de
espectáculos taurinos ha supuesto, cuanto menos, un importante desaliento.
No
se trata aquí de señalar culpables, ni de explicar los verdaderos motivos que
subyacen detrás de esta complicada situación, donde por otra parte mi desconocimiento
es manifiesto. De ser cierto lo que arguyen, la Unión de toreros y de
banderilleros tienen motivos más que suficientes para convocar esta huelga, al
menos hasta que se cumpla en su integridad lo rubricado en un contrato. Sospecho
que muchos de estos profesionales, especialmente aquellos situados en los
puestos medios y bajos del escalafón -esos que precisamente suelen actuar en
plazas de tercera categoría- son los más interesados en torear, pues precisamente
son ellos quienes más están sufriendo la drástica reducción de espectáculos
taurinos en toda España. También supongo que, por razones fundamentalmente
económicas, montar festejos en plazas como la de Zalamea no tiene que ser una
tarea fácil, y más en unos en unos tiempos como los que corren.
Ahora
bien, lo que no llego a comprender del todo es por qué se veta al edificio y no
a las personas jurídicas responsables de los supuestos impagos, es decir, por
qué se sanciona a la plaza en cuestión y no a la empresa que adquirió el
compromiso legal de su gestión económica. No creo que los aficionados, ni
incluso la titularidad propietaria de muchos cosos, sean los responsables
últimos de los incumplimientos alegados, sino la sociedad que en su momento se
hizo cargo de la organización el festejo. Con esta decisión por parte de la
Unión de profesionales de hacer una especie de boicot a determinadas plazas,
las consecuencias últimas de los errores cometidos en su día las terminarán
pagando quienes no son responsables de los mismos.
En
nuestro caso particular la principal damnificada sería -esperemos que no sea
así, y que todo se solucione a tiempo- la afición zalameña y, en general, el
pueblo de Zalema la Real en su conjunto. Sinceramente, pienso que ese
aficionado que pasa por taquilla y se sienta en el tendido no tendría por qué pagar
las privaciones derivadas de esta crítica situación. Asimismo, tanto en el caso
concreto de Zalamea como en cualquiera de las otras 40 plazas restantes, no
vendría mal que saliesen a la luz la identidad de los verdaderos responsables legales
de tales incumplimientos, que se diesen públicamente los nombres y los apellidos
de esos empresarios que, por lo que parece, a estas alturas aún no han cumplido
con sus obligaciones. Me parece que esta sería una de las principales
alternativas para evitar que siga habiendo personas que se aprovechen de la
fiesta, máxime cuando ésta no atraviesa precisamente por sus mejores momentos.
No llego a entender que se permita que determinadas sociedades o individuos
vayan dejando pufos y agujeros allá por donde pasan, y que puedan seguir
organizando espectáculos taurinos en distintas plazas de la geografía española.
Pienso
que el pueblo de Zalema la Real se merece, al menos, que se luche cabalmente
por solucionar el problema, para que pueda disfrutar así de una nueva tarde de
toros en su Feria de Septiembre. Con estas líneas lo único que pretendo, con toda la humildad del mundo, es
animar a quienes tienen la capacidad de evitar que Zalamea se quede sin toros a
que luchen de verdad por ello. No sé si estas modestas y personales reflexiones
sobre la posibilidad de que nuestro pueblo se quede sin toros llegan a deshora.
Ojalá que sea así, ya que ello supondría que a estas alturas el problema del
veto a su plaza de toros por parte de los profesionales se habría solucionado. En
realidad tampoco me importa en demasía la posible caducidad de estas líneas, ya
que muchas de las ideas que intentaré exponer seguidamente podrían ser igualmente
válidas para años venideros.
Resultaría
muy sencillo, acudiendo a mi condición de amante de la Tauromaquia, esgrimir
numerosas y variopintas motivaciones acerca de por qué es tan importante
que se celebre una corrida de toros en
Zalamea durante la próxima Feria de Septiembre. Sin embargo, alegaciones de
este tipo podrían ser utilizadas, con mucha mayor autoridad de quien suscribe,
por cualquiera de los numerosos y buenos aficionados con los que cuenta nuestro
pueblo. En parte por ello, en mi defensa de los toros en Zalema voy a intentar
omitir justificaciones propias de un partidario de la fiesta pues, como les
digo, existen entre la vieja y sabia afición zalameña voces con mucho más
conocimiento, fundamento y solera que la de este joven seguidor de los festejos
taurinos.
Por
otro lado, existe otro motivo fundamental que me hace rehuir de la utilización
de los razonamientos propios de un taurino a la hora de defender las corridas
de toros en Zalamea: la objetividad. Dada mi condición de apasionado de esta fiesta,
muchos podrían acusarme, y con toda razón, de que al escribir sobre la
importancia de los toros en mi pueblo no estaría siendo parcial ¿Qué va a decir
un zalameño aficionado a los toros? ¿Qué grado de equidad puede aportar una
persona para quien uno de los días más bonitos e importantes del año es esa
tarde del sábado de Feria, cuando la banda llega al paseo y, con la música, zalameños
y visitantes se dirigen camino de los
toros? ¿Cómo puede ser objetiva la opinión de quien se emociona con un simple
paseíllo en nuestro histórico coso?
Por
ambas razones pretendo defender la trascendencia de que se celebren toros en
nuestra Feria al margen de mi condición de aficionado, para hacerlo simplemente
en calidad de zalameño y de humilde profesor de historia. ¿Por qué es tan
relevante, desde el punto de vista de un historiador, la continuidad de la
celebración de festejos taurinos en la Feria de Zalamea la Real? Pues porque éstos
forman parte de nuestras señas de identidad, porque conforman una de esas
realidades que, desde un punto de vista antropológico, define la forma de
entender el rito de la fiesta en nuestra comunidad.
A
poco que observemos nuestro entorno más inmediato, la propia Cuenca Minera sin
ir más lejos, podemos comprobar con cierta facilidad lo que les digo. Si
comparamos la Feria de Zalamea con la de otros pueblos mineros podemos
encontrar, entre otros, dos elementos diferenciadores con respecto a las demás.
El primero de ellos quizás sea la particularidad zalameña de vivir también la
fiesta de día, con ese ambiente tan característico de sus tardes de Feria. El
otro elemento vertebrador de la misma lo constituyen, sin ninguna duda, los
toros, componente genuino y diferenciador de la forma zalameña de vivir y
entender sus fiestas de Septiembre.
En
Zalamea los toros forman parte de su patrimonio cultural, de nuestra particular
manera de entender y representar simbólicamente el momento lúdico de la fiesta,
personificado en este caso por la Feria de Septiembre. Los festejos taurinos
son parte consustancial de la historia de Zalamea la Real, al conformar éstos una
de nuestras señas de identidad como pueblo que, cual viejo alambique de los
González, el paso del tiempo ha ido destilando hasta el momento presente. Las
corridas de toros forman parte de ese dominio inmaterial de lo zalameño, de
aquellas manifestaciones culturales que nos otorgan personalidad antropológica como
comunidad, al tiempo que permiten diferenciarnos de otras. Forman parte de ese
universo de lo intangible que nos hace sentirnos, incluso cuando estamos lejos
de nuestro pueblo, parte integrante de él.
Los
toros en la Feria constituyen una de esas realidades históricas que vertebran
la identidad colectiva del pueblo de Zalamea la Real. Pertenecen a nuestro más
íntimo acervo cultural -como el aguardiente o las Candelas, como las sevillanas
pardas o la Vía Sacra-, a aquello que forma parte del tronco más profundo de
nuestro ser como comunidad, lo que en realidad llega a identificarnos como pueblo
y nos hace comportarnos como lo que verdaderamente somos. La historia nos
enseña que aquellos colectivos humanos que no saben lo que han sido
difícilmente pueden entender lo que son,
y lo que es aún más relevante, están condenados
a dejar de serlo. Si renunciásemos a celebrar corridas de toros, muy
probablemente Zalamea seguiría teniendo una feria al llegar cada mes de
Septiembre, pero esa ya no sería “su Feria”.
A
este respecto conviene recordar que la afición a los toros en nuestro pueblo no
es algo de ayer por la mañana, sino que tiene hondas raíces históricas y, como
consecuencia de ello, unas formas propias y características. La de Zalamea es
una plaza de toros con una personalidad definida, cosa de la que no pueden
presumir otras poblaciones y ciudades con cosos muchos más amplios y modernos
que el nuestro, aunque cuenten con miles de personas en sus tendidos y varios
días de festejos. Precisamente porque forma parte de su historia y de su
cultura, existe una forma particular, propia, de ver los toros en Zalema. Ésta incluye,
entre otros muchos aspectos, desde el genuino y concurrido desencajonamiento -¿en
cuántas plazas sigue realizándose esta práctica?-, hasta el respetuoso y
escudriñador silencio durante la lidia, pasando por la enorme importancia que
se le otorga a la música, ¡y lo bien que suena oiga! No quiero establecer
ningún agravio comparativo con ninguna otra plaza de toros, pero ¡cuántas hay
en las que la música no suena ni la mitad de bien que lo hace en Zalamea!
Salvando la excepción de la banda del maestro Tejera en la Maestranza
sevillana, ¿cuántas plazas conocen ustedes a cuya banda de música se le
tributan sonoras ovaciones durante el desarrollo de la lidia?
Para
mí es un orgullo cuando, conversando por casualidad con viejos aficionados de
otros pueblos de Huelva o Sevilla, e incluso de la propia capital hispalense,
muchos de ellos identifican a Zalamea la Real con una de las aficiones más
cabales y con más abolengo de toda la provincia. En muchos casos aficionados de
otras localidades, e incluso gente profesionalmente vinculada al mundo del
toro, confiesan sin ánimo de halagar a nadie que: “…la gente en Zalamea sabe lo
que está viendo…”, en alusión a ese saber estar del público zalameño, a ese
respeto, nunca exento de seriedad y compromiso, con el que suele tratar a todos
los actuantes, ya vistan de oro o de plata.
Pocas
cosas me han hecho sentirme más zalameño que, charlando en tertulias taurinas o
simplemente conversando con un compañero de localidad en cualquier otra plaza
de toros, identifiquen a Zalamea con un pueblo de una gran afición taurina. Es esta
una sensación parecida a entrar en una casa de otra población distinta a
Zalamea, en cualquier otra ciudad, y descubrir una estampita de San Vicente en
el llavero de madera del recibidor, o comprobar con una mezcla de nostalgia y alegría
cómo un cordón de San Blas pende del cabecero de una cama.
Es
una pena que en momentos donde en otras regiones de la geografía taurina se
están prohibiendo la celebración de corridas por otras motivaciones –véanse,
entre otros, los recientes casos de Bogotá o de San Sebastián- un pueblo con la
tradición taurina y la afición de Zalema la Real se quede sin toros por el veto
que pesa sobre su plaza.
Supongo que la
solución a este conflicto no es fácil, máxime en tiempos de dificultades
económicas como los que por desgracia estamos padeciendo. Como otros muchos
zalameños espero que, al menos, sí exista una sincera voluntad de las partes implicadas
por solucionar verdaderamente el problema. No creo que nadie medianamente
realista aspire a que vengan a nuestro pueblo las máximas figuras del torero,
ni a contar con varios días seguidos de espectáculos taurinos, sino simplemente
a que se celebre una corrida de toros con todas sus letras, esto es, un
espectáculo íntegro, con la seriedad y dignidad que esta afición y este pueblo se
han ganado a lo largo de su historia.
Ojalá que así sea.
A la memoria de Manuel García
Pérez de León,
gran aficionado de Zalamea
Jesús García Díaz