- Sábado 28 de mayo
“…Como fiesta grande de la Cristiandad, el Corpus se celebraba en Zalamea con una solemnidad extraordinaria que tenía ecos hasta en el lenguaje popular, con expresiones como «más grande que el día del Corpus». En la memoria histórica de los zalameños, pues se transmite de generación en generación, ha quedado grabada la pérdida de la custodia de plata de dos cuerpos que, con un peso de cuatro arrobas (46 kilos) y un coste de 50.000 reales, se estrenó en el año 1794. Se hizo a expensas de la cofradía del Santísimo Sacramento y con limosnas del vecindario y dice la tradición que se la llevaron los franceses durante la Guerra de la Independencia con otros tesoros de Andalucía pero que no pudieron sacarla del país y quedó en Cádiz.
No consta que en estos casi dos siglos los zalameños se interesaran alguna vez por identificar y tratar de recuperar la custodia que se conservaría en algún templo gaditano, a sólo doscientos kilómetros.
En otros tiempos, el día anterior al Corpus se cantaban las Vísperas ante el Santísimo expuesto en la iglesia. Al toque de oración, con el ocaso, unos repiques de campanas y salvas de cohetes avisaban al pueblo de la festividad que se avecinaba. En el día del Corpus la Iglesia aparecía magníficamente engalanada: las columnas, revestidas de colgaduras de damasco; en el presbiterio, el trono o altar superpuesto con varios tramos adosado al retablo mayor y con escalinatas laterales, en cuyos bordes asomaban pequeños pero numerosos candeleritos de plata con sus velas; todo el altar era de madera tallada y dorada, con multitud de espejitos intercalados que le proporcionaban una gran vistosidad.
El frontal, lo mismo que los ornamentos de los sacerdotes y el paño del púlpito, pertenecía al famoso terno de Indias que regaló hacia 1818 Juan Díaz González, zalameño residente en México: el de color blanco se usaba en el Corpus, el encarnado el día de San Vicente.
Coronaba el altar una espléndida corona de plata en donde se exponía el Santísimo Sacramento.
Tras la misa tenía lugar la procesión conforme a un curioso ritual: abría paso la Cruz en la manguilla blanca; seguía San Marcos, llevado por los niños; a continuación, la Virgen y una fila de santos entre los que destacaba San Vicente; finalmente, la custodia, autoridades, banda de música y pueblo. Los niños de la primera comunión iban acompañando al Santísimo y las niñas portaban cestas con flores que iban arrojando al suelo al paso de la custodia. Esta era de madera dorada y tenía tres cuerpos: en el primero, el Santísimo; en el segundo, la Inmaculada; en el tercero, una campanilla a cuyo sonido se unía el de otras más pequeñas que pendían de los arcos.
Las calles por las que pasaba el cortejo estaban alfombradas de juncia, romero y otras plantas aromáticas; las colchas colgaban de balcones y ventanas, al igual que del altozano de la calle actualmente conocida como Fontanilla, el cual estaba coronado por infinidad de macetas florecidas. La procesión hacía cinco paradas «descansos», el primero de ellos justamente ante la casa natal de don José Ruiz Mantero, en la prolongación de la calle de la Plaza. El sacerdote zalameño lo recuerda así: «Encima de las plantas aromáticas mi madre ponía una alfombra de unos seis metros de lado, donde se estacionaba la custodia. En el zaguán, un altarcito con un Niño Jesús (de la época de Carlos III, según Pastor Cornejo) rodeado de velas, flores y macetas. En el umbral, el sahumerio, que perfumaba el ambiente con incienso. Y los balcones y ventanas, exornados con colgaduras de damasco grana».
Otros puntos de «descanso» eran el Ayuntamiento, principio de la actual calle Tejada y plaza de Talero (ante la casa solariega de los Ordóñez, en la que se exponía otro antiguo Niño Jesús) o, conforme a la memoria de don José Ruiz Mantero, las casas de Soledad González, Inés Caloza y Ana Romero de Ordóñez. Al regreso de la procesión a la iglesia, todas las imágenes «esperaban» en la explanada de la puerta sur la entrada de la custodia, como para rendir honores al Señor. Aquélla entraba en el templo a los sones de la Marcha Real y de los repiques de las campanas de la torre. Gran parte del esplendor del Corpus zalameño se ha perdido hoy día…”
(Bibliografía: JESÚS FLORENCIO, M. (1991): Un pueblo por descubrir, Cap.X Un pueblo en fiestas pp. 300 ss. Ed. Autor.) «»
Amigos del Patrimonio
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