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La Casa Cilla (o según vox populi, la Arcilla) convocó a todos a la contemplación del mayor horror humano, a la muestra de crueldad de los hombres, a la demostración de los más terribles métodos coercitivos que unos pocos ejercían sobre la masa a través del control ideológico y espiritual de una Europa acongojada por el terror del averno. Y el rostro de los que visitaban la exposición no ofrecía duda sobre su sobrecogimiento. Los comentarios posteriores corroboraba el resto.
Y como clausura de este primer día de “fiesta cultural”, el cenit de la noche, el mayor de los obsequios con el que seducir a los mortales: la música. Y de mano de quienes acercaron el Medievo, el Renacimiento y el Barroco a los que se arrimaron a las ascuas de este evento no se podía esperar más que un rotundo éxito. Un recinto que ofrece el mejor de los ambientes para entrar en situación como fue y es la Iglesia parroquial se encontraba repleta de público. Y de ahí en adelante, imaginen y escuchen.
Una voz privilegiada para un público privilegiado por acceder a tal evento. La zalameña Aurora Gómez que siempre nos sorprende satisfactoriamente con sus virtudes. Y sus acompañantes, Calia Álvarez y Aníbal Soriano, que al son de la viola da gamba y la vihuela, entre otros instrumentos de época, bien pudieran haber embelesado al mismísimo Jordi Savall y a la Capella Reial.
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Las interminables ovaciones, los incansables aplausos ante un magnífico concierto declararon la satisfacción del público que se acercó a dicho concierto. Las jornadas abrían sus puertas de par en par.
El sueño de una noche de verano, que diría William.