jueves, 16 de agosto de 2012

El Cabrero puso la plaza en pie

La apoteosis del fandango llegó a la Plaza de Toros de Zalamea la Real  forjando una noche para el recuerdo y los sentidos. El Cabrero levantó al público de los asientos en puro delirio con letras directas y lo jondo de su alma revolucionaria. 


Más de 1000 personas se congregaron en un espectáculo que se prolongó hasta bien entrada la madrugada. Carlos Cesareo y José Raul Llanes, abriendo plaza, brillaron a gran altura.

Fandangos en el ruedo de los miedos
 Manuel Martín Martín – Crítico de El Mundo

Hacía 30 años de cuando el cronista visitó Zalamea la Real escoltado por las dos figuras del himno onubense, Paco Toronjo y Onofre López. Entonces, en los aledaños de la Plaza de Toros, se rindieron honores a su rico aguardiente -‘manguara’ le llamaban a la copa-, y, además de saber de las sevillanas pardas, escuché cantar por fandangos como a nadie le importa, que diría don Francisco I de Alosno.

Pasado el tiempo, los zalameños nos han devuelto a los años aventureros porque hemos aprovechado la ‘Gira 40 años de El Cabrero para saber que el aguardiente sigue estando en su punto -bueno, mejor aún, para ponerle una plaza, como decía Toronjo-, y, sobre todo, para comprobar que el fandango, que ya fue considerado durante el siglo XIX como el baile y el cante nacional por excelencia, es a Huelva lo que el yelmo a la gesta medieval.

La puerta sur de la cuenca minera ha sido la receptora de un homenaje que permitió un lleno hasta la bandera, con un público que hacía compás por fandangos como jamás vi y que principiaba a la hora anunciada con un cabo de la Guardia Civil, Carlos Cesáreo, que si buscando la complicidad de Llanes cantó con los latidos del corazón por alegrías, farruca y soleá, cual maletilla con hambre de corridas entregó la vida en el zaino toro del fandango.










Pero cuando el Santo Sepulcro anuncia en Zalamea el alma de la tarde, los tercios empiezan a caer como cristalinas gotas de miel por mor de la Peña Flamenca Femenina de Huelva, la primera de España, con quienes la belleza del fandango se cubre de luz. Estas mujeres son el delirio del cronista y no sólo porque acaricien el fandango con ternura, sino porque se pusieron los estilos por montera hasta sacarles todo ese jugo que sabe a albahaca y yerbabuena.

La apoteosis llegaría con El Cabrero, que trajo en vez de ramas de olivo una rosa de fuego con pétalos de cuplés, soleares de Triana, pregones y hasta esos fandangos que saben del color de la piel de la esperanza porque para él el tiempo es una ilusión. Es cuando la respiración se le comprime y el pulso se le electriza, con lo que el público enloqueció a medida que agudizaba la percepción de que estaba absorbiendo la sangre cálida de lo jondo.

 


 







 Disfrutamos, pues, con los cantes de trapío. Y en tanto que las guitarras escarbaban en el albero de los miedos, las gargantas preparaban la franela para la lidia. Desde de los verdes postreros -¡cómo escuchan los zalameños!- a la bravura de El Cabrero, pasando por los laureles de las féminas y las ganas de Cesáreo, todos acreditaron que ser cantaor cuesta igual que ser torero, un sueño. Por eso el fandango, que es la morada de la libertad, partía el verde esperanza del ruedo en mil estallidos de belleza mientras el miedo salía arrastrado por las mulillas de los aplausos.