A los 8 años entré en un Centro de Protección. Al principio, como todos los niños, estaba triste: siempre lloraba porque no estaba al lado de mi madre. Pero me di cuenta, que en ese centro me querían. Ahí me di cuenta de cómo era la vida.
Pensaba que mi madre era una de las mejores: me visitaba los fines de semana.
Los años pasaban y yo continuaba viviendo en centro, hasta que mi madre y mi padre de acogida solicitaron acogimiento familiar y empecé a convivir con ellos. Al principio pensaba que iba a costar integrarme, pero me di cuenta que no iba a ser así: mis abuelos, tíos y hermanos de acogida son muy buenas personas, los quiero y no los cambiaría por nada del mundo.
Estoy muy bien con mi familia de acogida, siento que me quieren como una más, sin dejar de pensar en mis hermanos biológicos, con los que quiero seguir la relación como hermana.
En esta narración nos cuenta su experiencia de acogimiento, en este caso permanente, la cual es una modalidad, donde los menores a partir de 7 años, no tienen previsión de retorno con su familia de origen, si bien tienen una vinculación con ellos y unas visitas supervisadas por los técnicos. Estos menores necesitan de una estabilidad dentro de una familia de acogida, por lo que es un acogimiento de larga duración. Estos niños y niñas ya tienen conciencia de su situación, y son los que piden vivir en una familia. Su alternativa es vivir una larga institucionalización.
Esta chica, llegó a cumplir la mayoría de edad junto a su familia de acogida, continuando la convivencia con ellos. Éstos le permitieron tener un referente de familia estable y seguro, que aún hoy les acompaña en su día a día. Vidas como ésta, hacen que el acogimiento familiar de menores merezca la pena.
Necesito una familia. Asociación Alcores
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