Nota del autor:
Deseo aclarar que si el título de este relato se asemeja al de una fábula ("suceso ficticio que se narra para deleitar"), no lo es y sólo la verdad de lo que vimos integra el artículo, aunque parezca mentira...
"Menos mal que estás aquí conmigo", le dije a mi amigo, que sentado al volante de su coche, con el motor en marcha y las luces encendidas, miraba atónito la escena que se estaba desarrollando ante nuestras propias narices.
Veníamos de "Los barreros", de marcar los puestos de las armadas para la montería del domingo y entre dos luces nos pareció ver un todoterreno al que seguimos hasta comprobar que era un rehalero nuestro que buscaba un perro de la montería anterior. Lo cierto es que se nos echó la noche encima.
Salimos del coto y cuando llegábamos a la antigua estación de El Pozuelo -aldea de Zalamea la Real, en Huelva- vimos brillar a lo lejos los ojos de varios animales. Mi acompañante, Narciso Rivas Gómez, comentó que serían perros de la aldea, pero yo veía los ojos muy cerca del suelo y supuse que serían gatos. Varios segundos después comprobamos la identidad de los dos protagonistas de la historia.
- ¡Frena, frena! -le dije impetuoso. ¡Es un zorro!
- ¡Y hay también un gato! - respondió Narci.
UNA GATA PIDIENDO GUERRA. Efectivamente, cuando se detuvo el coche nos quedamos a menos de treinta metros de una hermosa gata -y dirán los lectores:"¿por qué dice gata?"-que en mitad del carril miraba a un zorro, sentado a corta distancia de ella, impertérrito a las luces y al ruido el motor del coche. Al principio pensé que el raposo andaba de caza y estaba al acecho de la gata, pero observando la actitud nada agresiva del animal, me vino a la mente una idea descabellada.
-Narci. esa gata parece un insecto expulsando feromonas y va a volver loco al zorro. Creo que vamos a ser testigos de algo que, por salirse de las normas de la naturaleza, tendremos que contar con mucho cuidado si no queremos que nos tachen de visionarios o algo peor...
-¿Es posible? -dijo mi amigo con los ojos desorbitados intentando no perderse nada de lo que estaba a punto de ocurrir.
Y tal como lo pensé, después de varios segundos de escarceos amorosos, la gata se colocó dando el trasero al zorro, con el rabo levantado, dejando que el animal oliera sus genitales, pero negándose a participar en empresas mayores, dando saltos y atacando con las garras al cánido, que retrocedía y volvía una y otra vez, excitadísimo, a las andadas.
En un momento determinado se lanzaron por el talud del carril, desapareciendo de nuestra vista, pero al poco tiempo volvieron colocándose exactamente en el mismo lugar como si de un tálamo se tratara.
Las intenciones del zorro se nos hicieron inequívocas cuando, sumiso, intentó montar a la gata, respondiendo ésta con un fuerte maullido que percibimos desde el interior del coche.
Y aquí acabó todo, porque ciego como estaba, aún pudo su fino oído captar el leve ruido que hizo la puerta del coche cuando intente abrirla pensando utilizar la cámara fotográfica del móvil e inmortalizar algo que hay que contar con pruebas.
Nuestro "Don Juan" hizo "mutis por el foro". Todavía lo vimos en la clara noche de enero pararse varias veces mirando hacia atrás por ver si le seguía su "Doña Inés". Y es que enero es mucho mes para los zorros. Tres días seguidos volví a la misma hora. No pude ver al zorro, pero sí a una gata enamorada que lo esperaba impaciente a la luz de la luna de enero.
-Menos mal que estábamos los dos y así podremos contar lo que presenciamos una noche cuando volvíamos de "Los Barreros".
Justo Pérez Ruiz
Deseo aclarar que si el título de este relato se asemeja al de una fábula ("suceso ficticio que se narra para deleitar"), no lo es y sólo la verdad de lo que vimos integra el artículo, aunque parezca mentira...
"Menos mal que estás aquí conmigo", le dije a mi amigo, que sentado al volante de su coche, con el motor en marcha y las luces encendidas, miraba atónito la escena que se estaba desarrollando ante nuestras propias narices.
Veníamos de "Los barreros", de marcar los puestos de las armadas para la montería del domingo y entre dos luces nos pareció ver un todoterreno al que seguimos hasta comprobar que era un rehalero nuestro que buscaba un perro de la montería anterior. Lo cierto es que se nos echó la noche encima.
Salimos del coto y cuando llegábamos a la antigua estación de El Pozuelo -aldea de Zalamea la Real, en Huelva- vimos brillar a lo lejos los ojos de varios animales. Mi acompañante, Narciso Rivas Gómez, comentó que serían perros de la aldea, pero yo veía los ojos muy cerca del suelo y supuse que serían gatos. Varios segundos después comprobamos la identidad de los dos protagonistas de la historia.
- ¡Frena, frena! -le dije impetuoso. ¡Es un zorro!
- ¡Y hay también un gato! - respondió Narci.
UNA GATA PIDIENDO GUERRA. Efectivamente, cuando se detuvo el coche nos quedamos a menos de treinta metros de una hermosa gata -y dirán los lectores:"¿por qué dice gata?"-que en mitad del carril miraba a un zorro, sentado a corta distancia de ella, impertérrito a las luces y al ruido el motor del coche. Al principio pensé que el raposo andaba de caza y estaba al acecho de la gata, pero observando la actitud nada agresiva del animal, me vino a la mente una idea descabellada.
-Narci. esa gata parece un insecto expulsando feromonas y va a volver loco al zorro. Creo que vamos a ser testigos de algo que, por salirse de las normas de la naturaleza, tendremos que contar con mucho cuidado si no queremos que nos tachen de visionarios o algo peor...
-¿Es posible? -dijo mi amigo con los ojos desorbitados intentando no perderse nada de lo que estaba a punto de ocurrir.
Y tal como lo pensé, después de varios segundos de escarceos amorosos, la gata se colocó dando el trasero al zorro, con el rabo levantado, dejando que el animal oliera sus genitales, pero negándose a participar en empresas mayores, dando saltos y atacando con las garras al cánido, que retrocedía y volvía una y otra vez, excitadísimo, a las andadas.
En un momento determinado se lanzaron por el talud del carril, desapareciendo de nuestra vista, pero al poco tiempo volvieron colocándose exactamente en el mismo lugar como si de un tálamo se tratara.
Las intenciones del zorro se nos hicieron inequívocas cuando, sumiso, intentó montar a la gata, respondiendo ésta con un fuerte maullido que percibimos desde el interior del coche.
Y aquí acabó todo, porque ciego como estaba, aún pudo su fino oído captar el leve ruido que hizo la puerta del coche cuando intente abrirla pensando utilizar la cámara fotográfica del móvil e inmortalizar algo que hay que contar con pruebas.
Nuestro "Don Juan" hizo "mutis por el foro". Todavía lo vimos en la clara noche de enero pararse varias veces mirando hacia atrás por ver si le seguía su "Doña Inés". Y es que enero es mucho mes para los zorros. Tres días seguidos volví a la misma hora. No pude ver al zorro, pero sí a una gata enamorada que lo esperaba impaciente a la luz de la luna de enero.
-Menos mal que estábamos los dos y así podremos contar lo que presenciamos una noche cuando volvíamos de "Los Barreros".
Justo Pérez Ruiz