“La explotación a gran escala de las minas de Riotinto por parte de la Río Tinto Company Limited, a partir de 1873, requirió la inversión de grandes capitales en infraestructura y en tecnología. Se implantó el sistema de explotación a cielo abierto y se construyó, en sólo tres años, una compleja red ferroviaria que unía estas minas con el puerto de Huelva. No se escatimaron medios económicos ni técnicos en el diseño de esta explotación, empleándose a ingentes masas de obreros venidos de muchos rincones de la Península. Se precisaba una explotación masiva e intensiva para hacer rentable el elevado capital invertido procedente de Inglaterra. Con este deseo de obtener el máximo beneficio del mineral, se aumentaron en número y en tamaño las conocidas «teleras».
«Las pilas llamadas teleras medían aproximadamente 11 por 6,5 m. de base y casi un metro de altura, conteniendo cada una de ellas 4,000 quintales de mineral. Una telera necesitaba 1.000 arrobas de ramajes y 125 arrobas de raíces para encenderse. Una vez comenzada la tostazón, se mantenía hasta consumirse todo el combustible, lo que sucedía cinco o seis meses después. Las altas temperaturas alcanzadas durante ese proceso, y el contacto con el oxígeno del aire, producían el electo de quemar la mayor parte del azufre contenido en el mineral, se elevaban nubes de apestosos humos blanquecinos de dióxido de azufre, extinguiendo los árboles y la vegetación o, cuando no había viento, manteniéndolas suspendidas a nivel del suelo, ahogando sin distinción tanto a las personas como a los animales.» (David Avery, 1981).
Con anterioridad, este sistema de calcinación al aire libre, también llamado de vía seca, era el empleado para la obtención del beneficio del mineral desde unas décadas antes, cuando el Estado arrendó las minas al Marqués de Remisa (1829-49). Debido a las negativas consecuencias para la salud de las personas por las emisiones de gases y lluvias acidas, la deforestación y el empobrecimiento del medio natural, se constituyó en uno de los factores desencadenantes de la tragedia de 1888.
La Compañía inglesa, que había comprado las minas al Estado, calcinaba 907 toneladas de piritas dianas, lo que suponía lanzar a la atmósfera 272 tm. de azufre en forma de anhídrido sulfuroso (Pérez, J. M., 1994). Estos humos, en determinadas condiciones de humedad ambiental, originaban una densa nube, conocida como la "manta», que dificultaba la respiración e, incluso, impedía la visión, haciendo a veces imposible desarrollar trabajo alguno, por lo que obligaba a otros trabajadores del campo a perder jornales. Durante los meses de invierno, con frecuencia, esta nube se desplazaba desde el Cerro Colorado hacia Zalamea la Real, provocando importantes daños en la agricultura y en el bosque.
Pero el problema, según coinciden algunos autores, va más allá de una cuestión de salud pública o medioambiental. Confluyen intereses enfrentados de índole política y económica e insatisfacciones sociales y laborales, especialmente de los mineros. En el fondo, subyace el enfrentamiento de la sociedad rural tradicional, encabezada por un par de familias terratenientes de Zalamea, y una sociedad obrera, más moderna y de carácter industrial, liderada por la Compañía (Sánchez Díaz, F, J,, 1988).
Por otra parte, la situación socio-laboral en el medio minero se tornaba complicada y a menudo desembocaba en tensiones y enfrentamientos en forma de huelgas y plantones contra una Compañía que solía contestar con despidos y sanciones. El clima de protestas aumentaba con las duras condiciones de trabajo, el hacinamiento de la mayoría de las familias mineras, la inadaptación a los nuevos trabajos y a los ritmos impuestos por la actividad minera y la continuada prepotencia de la Compañía, única empleadora de la zona.
Estas condiciones generan un caldo de cultivo prerrevolucionario, que aprovecha Maximiliano Tornet, reconocido líder anarco-sindical procedente de Cuba, quien tomará las riendas del movimiento obrero en la zona y encabezará frecuentes movilizaciones y reivindicaciones a la empresa.
Mientras, en el núcleo de Zalamea, donde la actividad agropecuaria seguía teniendo un mayor peso, la situación social estaba dominada por un puñado de terratenientes hostiles a los cambios socioeconómicos procedentes de la mina. Veían peligrar su poder y sus intereses, y espoleados por los continuos daños ocasionados en sus propiedades, a pesar de ser indemnizados por la Compañía, comienzan a movilizar al pueblo y a sus trabajadores, formando una Liga Antihumos. Sin quererlo, pronto encontraron un aliado circunstancial en los mineros organizados por Tornet, coincidiendo ambas corrientes reivindicatorias en un punto: los humos.
De esta manera, el 2 de febrero de 1888 comienzan las movilizaciones de los obreros en la mina, declarándose la huelga. A la misma vez, Lorenzo Serrano, junto a su yerno, ambos caciques locales, convocan una manifestación el día 3 en Zalamea, que echa a la calle a unas 1.000 personas entre jornaleros y labradores, vitoreando el eslogan «¡Abajo los humos! ¡Viva la agricultura!» (Sánchez Díaz, F. J., 1988, 601).
Los líderes mineros y agrarios habían convenido previamente unir al día siguiente ambas manifestaciones en el pueblo de Riotinto, congregando en la misma a más de 14.000 manifestantes venidos de todos sitios.
«(...) Las dos columnas de manifestantes, una precedida por Tornet a caballo, la otra por Lorenzo y Ordóñez sobre los suyos, cada uno de ellos encabezados por una banda de instrumentos de viento (...) mientras las bandas iniciaban la música las columnas se unían (...) debió ser un espectáculo impresionante, y mientras avanzaba la columna de unos 4.000 hombres, miles de huelguistas junto con sus familias, corrían saludándose y vitoreándose.» (David Avery, 1981).
La gran manifestación terminó ante las puertas del Ayuntamiento donde se reunieron sus líderes con el alcalde y otras autoridades de Riotinto, y les hicieron llegar sus reivindicaciones, entre las que destacaba que este Ayuntamiento prohibiese las teleras.
El Gobernador en persona, acompañado de una compañía de soldados del regimiento Pavía, impidió al Cabildo tomar un acuerdo y, tras varias advertencias amenazantes, mandó abrir fuego contra una desconcertada multitud que se batía en alocada huida, provocando una masacre sin precedentes.
Las cifras oficiales establecieron en 48 los muertos y en más de 70 los heridos, aunque presumiblemente debieron de ser muchos más los heridos que huyeron por temor a represalias. La tradición popular habla de entre 100 y 200 muertos en aquel sábado negro del 4 de febrero.
De esta tragedia se hizo eco la prensa nacional, siendo también objeto de debate en el propio Gobierno de la nación. Pero, una vez más, ganaron los intereses de la empresa minera: las teleras y la calcinación del mineral al aire libre continuaron funcionando hasta dos décadas después, gracias a que un nuevo procedimiento técnico de beneficio del mineral las suplantó.
Hoy la tradición oral zalameña y minera recuerda aquellos años y queda erigido un busto y una plaza en honor a don Juan Talero, abogado y defensor de los pueblos de la comarca en los enfrentamientos contra la todopoderosa compañía minera.”
(autor: Pedro Flores Millán)