Cuando niña, mis veranos eran largos y dulces. Mediodías de chicharras en el campo esperando las dos horas de digestión para volver a bañarnos y noches de grillos y calor sin aire acondicionado. Toda la calle al fresco con una misma conversación y los chiquillos jugando hasta las tantas. Gracias a Dios, vivimos en un pueblo y pocas cosas han cambiado.
Eternos viajes en el Citröen hasta llegar a Castañuelo para ver a mis abuelos mientras mi madre y mi hermana cantaban todo el repertorio del momento para llevarme distraída (lo que no evitaba que mi padre tuviera que parar el coche tres o cuatro veces). ¡Qué mal lo pasaba!
Después, en el Paseo Redondo o en las pistas del Colegio empezando a ser jóvenes con ganas de comerse el mundo sin necesidad de botellones ni más historias.
También veranos trágicos como aquel del 87 (un beso Claudio y Tomás, dondequiera que estéis) o cuando ardió la granja, donde se madura de golpe y no se olvida jamás.
Pero, de todos mis veranos, hay uno que marcó un antes y un después en mi vida: el verano en el que llevé a mi niña en la barriga.
Recuerdo esa sensación todas las noches antes de dormir porque no quiero que se me olvide nunca. A esa hora en que todos duermen yo la acariciaba una y otra vez y la sentía moverse. ¡Qué gozada!
Su papá notaba sus patadas, le silbaba hasta que se calmaba y le hablábamos de cómo sería el mundo cuando ella llegara. Todo el verano preparando su llegada: comprando la canastilla, pintando su cuarto… pensando su nombre. El abuelo José me traía los mejores higos para que me los comiera, será por eso que mi niña es tan dulce.
Fue el verano de 2003, el de la ola de calor, y yo, con una barriga impresionante. Todo el día en remojo y mirándome en todos los espejos orgullosa y presumida.
Bárbara nació el 20 de Septiembre, el último día del verano. Aún puedo sentir su olor a vida de recién nacida. Es lo más maravilloso que nos ha ocurrido y la mejor hija que unos padres pueden desear.
A partir de entonces los veranos ya no son los mismos, son sus veranos de Ratón Pérez y bailes con Mari Cruz, son veranos de bici con patines y de manguitos de Mickey Mouse, primer día de playa,… la historia se repite, pero ahora soy yo la que hace los bocadillos y la que canta en el coche para que no se maree. ¿Existen acaso veranos mejores?
Eternos viajes en el Citröen hasta llegar a Castañuelo para ver a mis abuelos mientras mi madre y mi hermana cantaban todo el repertorio del momento para llevarme distraída (lo que no evitaba que mi padre tuviera que parar el coche tres o cuatro veces). ¡Qué mal lo pasaba!
Después, en el Paseo Redondo o en las pistas del Colegio empezando a ser jóvenes con ganas de comerse el mundo sin necesidad de botellones ni más historias.
También veranos trágicos como aquel del 87 (un beso Claudio y Tomás, dondequiera que estéis) o cuando ardió la granja, donde se madura de golpe y no se olvida jamás.
Pero, de todos mis veranos, hay uno que marcó un antes y un después en mi vida: el verano en el que llevé a mi niña en la barriga.
Recuerdo esa sensación todas las noches antes de dormir porque no quiero que se me olvide nunca. A esa hora en que todos duermen yo la acariciaba una y otra vez y la sentía moverse. ¡Qué gozada!
Su papá notaba sus patadas, le silbaba hasta que se calmaba y le hablábamos de cómo sería el mundo cuando ella llegara. Todo el verano preparando su llegada: comprando la canastilla, pintando su cuarto… pensando su nombre. El abuelo José me traía los mejores higos para que me los comiera, será por eso que mi niña es tan dulce.
Fue el verano de 2003, el de la ola de calor, y yo, con una barriga impresionante. Todo el día en remojo y mirándome en todos los espejos orgullosa y presumida.
Bárbara nació el 20 de Septiembre, el último día del verano. Aún puedo sentir su olor a vida de recién nacida. Es lo más maravilloso que nos ha ocurrido y la mejor hija que unos padres pueden desear.
A partir de entonces los veranos ya no son los mismos, son sus veranos de Ratón Pérez y bailes con Mari Cruz, son veranos de bici con patines y de manguitos de Mickey Mouse, primer día de playa,… la historia se repite, pero ahora soy yo la que hace los bocadillos y la que canta en el coche para que no se maree. ¿Existen acaso veranos mejores?
Puri Canterla Gálvez