Consuela saber que hacia el año 2030 España compartirá con Japón la tasa de envejecimiento más alta del mundo. La ciencia demográfica hace previsibles cosas que antes no lo eran. Y esta, la de incremento de viejos y viejas, resulta especialmente reconfortante porque significa que a la vuelta de veinte años conviviremos con una gran población de criaturas que han logrado el único éxito indiscutible que reconoce la vida: el acabarla.
La vejez tiende a lo largo de la vida una trampa seductora como las grandes pasiones, se teme y se desea al mismo tiempo. Los que llegan a viejos son los únicos que escapan a la trampa, todo su afán se ceñirá en cumplir con sus deseos porque, instalados en ella, ya no tienen motivo para temerla.
He ahí la vivencia de éxito que tan justamente exhiben: han vivido como Dios manda y ahora van a morir como les da la gana. Visto así los viejos latinos han quedado anticuados: ellos decían "senecta ipsa mortens" "la vejez es una enfermedad en si misma" y ahora parece lo contrario: es la edad de ser libres, definitivamente libres. Y siendo esa la edad de la libertad resultan admirables los viejos que la desarrollan como una doctrina que permite ver la vida en todas sus perspectivas: radical, cenital, oblicua: ver la vida como se pueda y contarla como se quiera.
Al final, decía Sastre, cada uno elige su propio pasado. El viejo la sabe, es el futuro el que lo elige a uno para hacer de él lo que vaya a ser. Pero al final es uno mismo y sólo uno mismo el que puede decir lo que ha sido. No será gloria bendita pero es gloria terrenal colmada de disfrutes. Ya no tiene uno que aguantar a nadie si no lo ha elegido, ya sólo disfrutar de quien le plazca.
El viejo goza del inigualable privilegio que representa el poder de seleccionar. D. Ramón Gómez de la Serna decía que los demás se clasifican en tres: los amigos, los conocidos y los saludados. La vejez dicta sentencia contra los conocidos y los saludados y deja a los amigos para gozo recíproco integral y exclusivo. Y por extensión tanto de lo mismo ocurre con los placeres camales: la vejez representa la mejor conquista de los sabores y saberes que se han cultivado toda una vida.
Haberse sentido sólo y complacerse en el reflejo de los descendientes, quererse con ese punto de sazón que la nostalgia da a los viejos amores. Saber, en suma, que lo más dulce se ha guardado para el postre.
La vejez tiende a lo largo de la vida una trampa seductora como las grandes pasiones, se teme y se desea al mismo tiempo. Los que llegan a viejos son los únicos que escapan a la trampa, todo su afán se ceñirá en cumplir con sus deseos porque, instalados en ella, ya no tienen motivo para temerla.
He ahí la vivencia de éxito que tan justamente exhiben: han vivido como Dios manda y ahora van a morir como les da la gana. Visto así los viejos latinos han quedado anticuados: ellos decían "senecta ipsa mortens" "la vejez es una enfermedad en si misma" y ahora parece lo contrario: es la edad de ser libres, definitivamente libres. Y siendo esa la edad de la libertad resultan admirables los viejos que la desarrollan como una doctrina que permite ver la vida en todas sus perspectivas: radical, cenital, oblicua: ver la vida como se pueda y contarla como se quiera.
Al final, decía Sastre, cada uno elige su propio pasado. El viejo la sabe, es el futuro el que lo elige a uno para hacer de él lo que vaya a ser. Pero al final es uno mismo y sólo uno mismo el que puede decir lo que ha sido. No será gloria bendita pero es gloria terrenal colmada de disfrutes. Ya no tiene uno que aguantar a nadie si no lo ha elegido, ya sólo disfrutar de quien le plazca.
El viejo goza del inigualable privilegio que representa el poder de seleccionar. D. Ramón Gómez de la Serna decía que los demás se clasifican en tres: los amigos, los conocidos y los saludados. La vejez dicta sentencia contra los conocidos y los saludados y deja a los amigos para gozo recíproco integral y exclusivo. Y por extensión tanto de lo mismo ocurre con los placeres camales: la vejez representa la mejor conquista de los sabores y saberes que se han cultivado toda una vida.
Haberse sentido sólo y complacerse en el reflejo de los descendientes, quererse con ese punto de sazón que la nostalgia da a los viejos amores. Saber, en suma, que lo más dulce se ha guardado para el postre.
Club Pensionista San Vicente Mártir.