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El tiempo pasó, las tapitas, los vinitos... y de pronto un gran rebulicio de niños entraron con Carlos en la casa, casi en procesión. Cual es la sorpresa de todos los mayores, madres y padres cuando Carlos nos enseña la panocha de gurumelo que traía como si fuera un preciado tesoro que él sólo había descubierto y que nos había ofrecido y que no habíamos querido.
Una panocha grande, fresca, abierta, preciosa. No la pesamos pero calculo que trescientos o cuatrocientos gramos. Ahora viene donde los mayores se vuelcan en elogios hacia el niño y hacia la seta y se arrepienten de no haberle hecho caso y ver semejante maravilla en su lugar natural y por si acaso dar una vuelta para buscar los compañeros.
El gurumelo y el niño, antes de irnos a Huelva recorrió media Zalamea para que todo el mundo lo viera. Y yo como padre orgulloso y en vista de la sequía gurumelera que hay y por aquello que es costumbre publicar la foto del gurumelo más grande encontrado, aunque este no lo sea, aquí mando la foto de Carlos Agudo y su gurumelo.
Por cierto, estaba riquísimo en una fritada.
Fco. Javier Agudo